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Dirección: Wong Kar-Wai. País: Hong Kong, China y Francia. Año: 2007. Duración: 111 min. Género: Drama. Interpretación: Norah Jones, Jude Law, David Strathairn, Rachel Weisz, Natalie Portman, Chan Marshall. Guión: Wong Kar-Wai y Lawrence Block; basado en un argumento de Wong Kar-Wai. Producción: Wong Kar-Wai y Jacky Pang Yee Wah. Música: Ry Cooder. Fotografía: Darius Khondji. Montaje: William Chang Suk Ping. Diseño de producción: William Chang Suk Ping. Vestuario: William Chang Suk Ping y Sharon Globerson. Estreno en España: 12 Diciembre 2008. |
SINOPSIS
La joven Elizabeth se embarca en un inolvidable viaje a través de América en busca del amor verdadero. En el camino se encuentra con una serie de enigmáticos personajes que la ayudan en su búsqueda.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, La Gaceta]
Tras un desaire amoroso, Elizabeth se desahoga con un camarero inglés de Nueva York, Jeremy, que también le desvela varias heridas de su alma. Estos dos perdedores van sintonizando en sucesivos encuentros, hasta que Elizabeth sigue carretera adelante. En su periplo por la América profunda, la chica será testigo de historias de amor y desamor, que va relatando a Jeremy en tarjetas postales sin remite.
Entre esas historias, le afectan especialmente la de un policía en una pequeña ciudad, que se ha vuelto alcohólico después de que su esposa le dejara por otro. Y también la de una chica ludópata, que se juega al póker todo lo que tiene en un mísero casino. Estos encuentros descubren a Elizabeth facetas insospechadas de la fragilidad humana y de las íntimas relaciones entre el amor y el dolor.
En su primera película rodada en Estados Unidos, el hongkonés Wong Kar-Wai confirma la enorme potencia visual y dramática que ya mostró en Chucking Express, In the Mood for Love (Deseando amar) y 2046. Así, su inquieta cámara bucea por la densa y colorista atmósfera de cada secuencia, encontrando cada gesto significativo de los personajes, interpretados con pasmosa veracidad por un reparto perfecto. Esta opción formal se refuerza con una banda sonora de nuevo memorable, tanto en su partitura de base —a cargo de Ry Cooder— como en sus preciosas canciones de transición.
De este modo, Wong Kar-Wai sortea las tentaciones del esteticismo vacío, del cinismo autocomplaciente y del idealismo infantil, para ofrecer otro melodrama antológico, en el que se muestra plenamente consciente de la debilidad humana, pero más consciente aún de su inmensa capacidad de amar, y del poder acrisolador del sufrimiento en ese proceso. Una perspectiva realista, en la que lo peor es posible, pero nunca tiene la última palabra.
Corazones rotos
Maravilloso film del director Wong Kar Wai, quien había puesto muy alto el listón tras sus anteriores trabajos, las películas que conforman su díptico Deseando amar (In the Mood for Love) y 2046. Tres años después de cerrar la historia de amor imposible entre el escritor Chow y la bella Su Li-Zhen, narrada con una sensibilidad poco común, el cineasta hongkonés entrega su primera producción norteamericana, en lo referente a las localizaciones de rodaje y al reparto artístico, que reúne a unos cuantos actores de renombre internacional. Pero si la cosa es novedosa en esos aspectos, en otros -en el principal- el trabajo de Kar Wai permanece inalterable, pues vuelve a hablarnos de amor: de su insaciable búsqueda por parte del ser humano, de las dificultades para retenerlo, del dolor de la pérdida, de su recuerdo… Romanticismo en estado puro.
El guión narra tres historias que se articulan en torno a un personaje principal: Elizabeth. Ésta, una joven veinteañera, llega desolada un noche a una cafetería de Nueva York. Su novio la ha abandonado por otra mujer, y ella lleva consigo las llaves de un piso al que ya no está invitada… La chica regresará otras noches al local, y allí el dueño, Jeremy, le hará compañía y le contará que hay muchas otras llaves extraviadas allí, cada una con su pequeña historia de amor… Al fin, para salir de su tristeza, Elizabeth se lanza a un viaje en solitario por Estados Unidos, un itinerario sin destino fijo que acabará llevándola hasta Memphis (Tennessee) y Las Vegas (Nevada). Y en esos lugares conocerá a hombres y mujeres que sufren, ríen y viven sus propias historias de amor y buscan, como todos, la felicidad.
Estamos ante una película extraordinaria. Sin paliativos. Es muy reconfortante que la mirada de Wong Kar Wai siga siendo la de un joven cuando habla del amor, la de un joven experimentado eso sí, nada pueril, pero también la de un hombre lleno de esperanza y sin pizca de cinismo, la de alguien que aún cree de verdad que el corazón de las personas está hecho para amar, para darse y para recibir amor, por muy mezquinos que sean los sentimientos que podamos albergar. Hay una ternura grandiosa cuando el cineasta habla de sus personajes, comprende sus anhelos y así los quiere, y después logra el milagro de que el espectador sienta exactamente lo mismo por ellos. Y esta vez, en la mirada de Kar Wai hay menos amargura que otras veces y sí un amplio panorama lleno de esperanza.
Gran parte del mérito final de esta peculiar «road movie» está en el fantástico reparto. Sorprende increíblemente el debut de la cantante Norah Jones, que interpreta admirablemente a la bondadosa y tierna protagonista. Pero todos están perfectos, con atención especial para la pareja formada por David Strathairn y Rachel Weisz.
Pero Kar Wai sigue fiel a su mirada y a esas constantes antes mencionadas: el recuerdo amoroso -«vine para recordar lo que sentí entonces»-, el paso del tiempo, externo e interno… Se permite incluso el capricho de introducir un par de veces los acordes de «Yumeji’s Theme«, la música compuesta por Shigeru Umebayashi e inmortalizada en Deseando amar.
También demuestra el cineasta oriental, autor de todos sus guiones, que sigue siendo un consumado escritor. «Esto sabe verdaderamente horrible, ¿pero acaso la gente bebe por el sabor? Ponme otra», dice un atormentado personaje tras tomar de un trago una copa de vodka. ¡Y cómo le gusta jugar a las palabras, a su significado oculto! Ya sólo el título es un buen ejemplo, entre otros muchos.
Capítulo aparte merece la belleza estética de la película. Muy pocas veces se puede encontrar en una pantalla de cine una colección de imágenes tan expresivas, tan luminosas, tan perfectas. Wong Kar Wai hace magia con ellas y transforma los sentimientos en colores, con esos tonos rojos tan absorbentes, que convierten muchos de los encuadres en postales de un preciosismo fabuloso. Y, como siempre, la música -un elenco muy agradable de canciones- tiene vital importancia y la compenetración sonido-imagen es perfecta. Es posible que alguien pueda criticar este aspecto del film y también achacar a este tratamiento formal una importancia excesiva y artificial, o quizá como causa de cierta ralentización del ritmo narrativo. Podría ser, pero en todo caso sólo serían reproches mínimos en un conjunto absolutamente delicioso.
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