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Título original: 127 hours. |
SINOPSIS
Historia de Aron Ralston, que se encontraba explorando el cañón Blue John, cerca de de Moab, Utah, cuando un peñasco se precipitó al vacío, atorando su antebrazo derecho y aplastándolo. Tras intentar levantar o romper la piedra durante cinco días, creyó que iba a morir y decidió dejar constancia de ello tallando en la roca su nombre. Grabó con su videocámara una breve despedida para su familia. Pero, tras ello, las ansias de vivir se apoderaron de él y decidió hacer un último esfuerzo.
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CRÍTICAS
[Juan Rubio de Olazábal. Colaborador de CinemaNet]
El filme cuenta los hechos reales de Aron Ralston, un joven norteamericano que en 2003 queda atrapado en una grieta del cañón de Colorado, sin que nadie conozca su paradero. Tiene medio brazo bloqueado por una roca inamovible, y parece que nadie le podrá ayudar.
A primera vista, 127 horas podría parecer una simple película de impacto, lucha y supervivencia. Pero en el fondo, va más allá del aspecto superficial de su argumento y se convierte en un relato de redención. Tal y como hizo en sus anteriores películas, Danny Boyle (Trainspotting, Slumdog Millionaire) coloca a su personaje en una situación límite para que viva una experiencia de fuerte transformación.
Al principio, sólo vemos que Aron es un chico aficionado al deporte extremo y a las emociones fuertes. Pero a medida que avanza el metraje, descubrimos el rasgo más característico de su personalidad: su individualismo. Casi no habla con sus padres, dejó de prestar atención a su novia, no acudió a la boda de su hermana, y…. no avisó a nadie de su excursión al Gran Cañón. Es un egoísta consumado. “Yo solo puedo hacerlo todo”; esta afirmación de Aron refleja perfectamente su relación con el mundo. La roca pesada y mortal constituye la representación física de su egoísmo: es su lastre vital. Al quedarse atrapado, Aron se da cuenta de su error; Boyle introduce una serie de flashbacks en los que se reflejan su remordimiento, y a la vez la nostalgia que siente por su vida perdida. En estos fragmentos de la película, el director emplea un excelente recurso: sugiere la presencia física de Aron (reflejos en cristales, siluetas, juegos de miradas etc.) dentro de sus propios recuerdos. Como si se pusiera frente al espejo de su propia existencia.
De este modo, 127 horas viene a ser una interesante reflexión sobre la soledad del Hombre y su contingencia, y sobre la necesidad de plantearse la forma en que encaramos la vida. “El dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos”; esta frase de Anthony Hopkins en Tierras de penumbra bien podría valer para resumir el mensaje del filme. Al recordar todos los momentos de la vida en los que se ha encerrado en sí mismo, Aron entiende que, de alguna forma, estaba destinado a vivir ese dolor. “En ese momento, todo encajó”. Desde su nacimiento, cada segundo le había conducido a esa roca terrible. Resulta muy revelador que sólo desde una perspectiva global y trascendente de su vida logre dar sentido a su sufrimiento.
A los flashbacks siguen unas visiones del futuro (Aron vislumbra su porvenir), o intuiciones de aquello a lo que la vida le llama: él con su hijo a hombros, su mujer, reuniones de familia etc. En este momento, Danny Boyle pone una canción cuya letra dice: “sólo hay que levantarse un poco, y tener fe”. “Gracias” es la última palabra de Aron en la grieta; por primera vez en mucho tiempo se abre a la realidad. Su actitud de agradecimiento quizá se deba a su desenlace final, o quizás le está dando las gracias a la roca misma, o a quien la pusiera en ese lugar.
127 horas tiene la virtud de ser un relato ingenioso y atrevido, con excelentes interpretaciones y una fotografía magnética, pero que guarda todo su valor en el testimonio prodigioso de una persona real.
[Jerónimo José Martín, COPE ]
Tras la celestial Millones, la futurista Sunshine y la magistral Slumdog Millionaire, Danny Boyle prosigue su personal periplo por los diversos géneros fílmicos en 127 horas, intensa película que ya ha ganado diversos galardones, y ahora opta a seis Oscar: mejor película, guión adaptado, actor (James Franco), banda sonora, canción original (If I Rise) y montaje. En ella, el cineasta inglés traduce en imágenes otro sólido guión de Simon Beaufoy (Slumdog Millionaire), que adapta esta vez el libro autobiográfico Between a Rock and a Hard Place, de Aron Ralston.
Se relata así la trágica peripecia real que vivió este alpinista y aventurero estadounidense un día de 2003 en el que practicaba senderismo por el angosto y solitario John Blue Canyon de Utah. Tras un divertido encuentro con dos montañeras, el joven Ralston se adentró en solitario por el cañón, hasta que, tras un mal paso, provocó un desprendimiento, de modo que cayó al fondo de una estrecha grieta, y su brazo derecho quedo atrapado por una gran roca. Durante 127 horas, Ralston intentó sin éxito mover la piedra y contactar con alguien, dosificando con creciente angustia los escasos alimentos y líquidos que llevaba consigo. Durante ese tiempo, pudo repasar sus 25 años de vida y sus proyectos de futuro desde una perspectiva nueva: la de la lucha por la supervivencia.
Boyle saca el máximo partido a esta escueta incidencia argumental arrancando a James Franco una interpretación memorable y exprimiendo a fondo su inacabable arsenal de recursos narrativos y visuales. De este modo, los denodados esfuerzos físicos de Ralston se mezclan sobriamente con recuerdos de su vida y con imaginativos insertos sobre sus pesadillas de esos días y sobre la mil y una ocurrencias que tiene para no desesperarse y perder la cabeza. En este sentido, hay que quitarse el sombrero ante la sensacional secuencia del concurso con que Ralston mata las horas. A todo ese despliegue narrativo, Boyle lo dota de vigor visual a través de una agilísima puesta en escena, delimitada por una agresiva planificación, unos audaces movimientos de cámara y efectos de montaje, y el eficaz acompañamiento de la sensacional banda sonora de A.H. Rahman. Y llena el conjunto de profundidad dramática y moral a través de certeras críticas —a veces, divertidas— al individualismo autosuficiente y de sutiles reflexiones sobre el destino, la providencia y la libertad.
Ciertamente, 127 horas no tiene la rotundidad de las anteriores películas de Boyle. Y, a ratos, su seguimiento se hace un poco tedioso e incluso desagradable en el espeluznante desenlace. En todo caso, se trata de una película notable, de brillante factura y con un sugerente acercamiento a la capacidad de sacrificio y superación del ser humano, y al valor de la familia y del amor como impulsores de su actuar.
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vi la pelicula y me impresiono el final, lo esperaba, yo hubiera hecho lo mismo, espectacular!!!!