Drama basado en la novela de Francis Scott Fitzgerald que logra mantener en primer término las tragedias reales y palpables de los personajes, todos ellos muy bien interpretados reflejando con hondura y honestidad la codicia, la decadencia moral y el desarraigo, dominados en mayor o menor medida por un materialismo hedonista muy actual y potenciando hasta el paroxismo la casi heroica opción de Gatsby por el amor auténtico.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: The Great Gatsby (3D). |
SINOPSIS
Un aspirante a escritor, Nick Carraway, deja el Medio Oeste y llega a Nueva York en la primavera de 1922, una época de relajamiento moral, deslumbrante jazz, reyes del contrabando y en la que la Bolsa sube como la espuma. Nick, que busca su propia versión del sueño americano, tiene como vecino a un misterioso millonario que da muchas fiestas, Jay Gatsby, y al otro lado de la bahía están su prima Daisy y el mujeriego marido de sangre azul de ésta, Tom Buchanan. Así es como Nick se verá inmerso en el mundo cautivador de los grandes millonarios, sus ilusiones, amores y engaños. Nick, mientras asiste a sus vidas como testigo, dentro y fuera del mundo en el que habita, escribe una historia sobre un amor imposible y sobre sueños incorruptibles, y contempla una tragedia de alto octanaje, reflejo de nuestra época moderna y sus dificultades.
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CRÍTICAS
[Jeronimo José Martín – COPE]
Nacido en 1962, el cineasta australiano Baz Luhrmann había dirigido hasta el momento cuatro largometrajes: “El amor está en el aire” (1992), “Romeo y Julieta, de William Shakespeare” (1996), “Moulin Rouge” (2001) y “Australia” (2008). Y cada uno de ellos le ha ido consolidando como uno de los cineastas actuales más originales y discutidos, sobre todo por la ampulosidad visual y musical con que afronta argumentos clásicos y universales. Ahora refuerza su fama, para bien y para mal, con “El gran Gatsby”, su personalísima versión fílmica de la famosa novela que Francis Scott Fitzgerald escribió en 1925. Una obra mayor ya llevada al cine en otras cuatro ocasiones: en 1926, por Herbert Brenon —en una película muda de la que no se conserva ninguna copia íntegra—; en 1949, por Elliott Nugent, con Alan Ladd como protagonista; en 1974, por Jack Clayton, con guión de Francis Ford Coppola y con Robert Redford y Mia Farrow al frente del reparto; y en 2001, por Robert Markowitz, en una tv movie con Toby Stephens y Mira Sorvino.
El narrador de la historia es un aspirante a escritor, Nick Carraway (Tobey Maguire), que recuerda su propia vida desde el solitario sanatorio en el que intenta desintoxicarse de su alcoholismo. Nick dejó el Medio Oeste y llegó a Nueva York en la primavera de 1922, con la gran ciudad dominada por el relajamiento moral, al auge del jazz, el contrabando y las fortunas rápidas en la Bolsa. Ansioso de disfrutar su propio sueño americano, Nick se hace amigo de su vecino, Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio), un joven y misterioso millonario, que organiza fiestas apabullantes y descontroladas con un único afán: que en una de ellas aparezca Daisy (Carey Mulligan), la bella prima de Nick, que vive angustiada al otro lado de la bahía con Tom Buchanan (Joel Edgerton), su mujeriego marido de sangre azul. Así, Nick se ve inmerso en el mundo cautivador y peligroso de los multimillonarios, plagado de trampas, mentiras y soledades.
Como en todas sus películas, Luhrmann arriesga en la resolución visual y musical de esta trama extremadamente melodramática, y opta por un despliegue casi operístico en 3D estereoscópico, con impresionantes recreaciones digitales de Nueva York y fiestas con miles de extras, en las que su taquicárdica cámara vuela desde los apabullantes planos generales a los planos de detalle, punteada por un montaje superfragmentado e ilustrada por una banda sonora totalmente anacrónica, que intenta reflejar la revolución que en esa época supuso el jazz fusionándolo con todos los géneros actuales, incluidos el rock, el tecno y el hip-hop. Los más puristas pondrán el grito en el cielo con esta opción; pero lo cierto es que le funciona muy bien en cuanto a agilidad narrativa e intensidad dramática, sobre todo porque siempre logra mantener en primer término las tragedias reales y palpables de los personajes, todos ellos muy bien interpretados por el reparto, en el que sobresalen unos inspiradísimos Leonardo DiCaprio y Tobey Maguire. Elogio especial merece la dirección artística y el vestuario, ambos a cargo de Catherine Martin, la esposa de Baz Luhrmann.
En realidad, ese extremado barroquismo formal de Luhrmann —que a veces puede cansar o distraer demasiado— no está tan lejos del empleado por Billy Wilder en “El crepúsculo de los dioses”, por Orson Welles en “Ciudadano Kane” o por Fellini o Visconti en cualquiera de sus películas. El caso es que esté al servicio de unos personajes con conflictos auténticos, que conmuevan al espectador. Y eso lo logra Luhrmann reflejando con hondura y honestidad la codicia, la decadencia moral y el desarraigo de los patéticos personajes creados por F. Scott Fitzgerald —todos ellos, dominados en mayor o menor medida por un materialismo hedonista muy actual—, y potenciando hasta el paroxismo la casi heroica opción de Gatsby por el amor auténtico.
“Gatsby —ha señalado Luhrmann— es una persona que venía de la nada y se inventó a sí mismo. Podría haber hecho eso y haber llegado a ser tan increíblemente rico por razones equivocadas. Pero la verdad es que lo hizo por un motivo noble: lo hizo por amor. Y eso lo convierte en un héroe. O, si se quiere, en el más romántico de los antihéroes… Un antihéroe obsesionado, que no deja que nadie reescriba el guión que ha escrito sobre su vida. Y eso hace que el libro sea una gran historia de amor, un romance trágico”. Y, eso, en efecto, es la película del cineasta australiano: un doloroso romance, que refuerza su carácter trágico con una fastuosa recreación de los oropeles y fuegos de artificio que llenan las vidas de sus personajes y de tantos seres humanos actuales que, como Gatsby, viven nostálgicos de un tiempo pasado más humano y ansiosos por encontrar una luz verde, un amor verdadero, que les ilumine su penoso camino.
[Enrique Almaraz, Colaborador de CinemaNet]
La nueva adaptación de la famosa novela homónima de Francis Scott Fitzgerald – y van cuatro para el cine –, bajo la dirección de Baz Luhrmann, nace con vocación de permanencia en la memoria a la vez que como visión personal de un período fascinante desde diversos puntos de vista, los alegres años 20. Para lograrlo, nada como un reparto formado por rostros conocidos y una puesta en escena acorde con la ampulosidad de aquel tiempo en una historia donde convergen el poder, la ambición y los celos mezclados de manera desenfrenada en una fiesta cuyo único posible final es el desgarro amargo de la tragedia. Leonardo DiCaprio despunta como la mejor opción de su generación y del panorama actual para dar vida a tan singular presencia donde la leyenda supera la realidad y la ficción, ambas. Tobey Maguire, en su condición de confidente e individuo alternativamente testigo y omnisciente, narra desde su personaje de Nick Carraway los avatares de su peculiar vecino entre largas fiestas de vacuidad bañadas en alcohol.
Parte del toque personal que se aleja de la ambientación reside en algún elemento anacrónico – la música, en determinados pasajes – o cierta ampulosidad en el artificio, como experimentos visuales y ángulos increíbles, probablemente pensando en las posibilidades de las 3D, un formato que la película no requería – comentario oído en la sala, antes de la proyección: “La profundidad, en el guión” –, pero no puede negarse el afán detallista del simbolismo por acercarse desde la firma autoral a una etapa idealizada en blancos y negros donde los grises podían también ser demoledores. Apenas unas pinceladas se esbozan o intuyen acerca del origen de tan magnánima fortuna, pero si se pasa por encima sobre las personas involucradas en los tejemanejes bajo cuerda o en la frontera – cruzada, quizá – de la ley es por la superficialidad específica, frente a la importancia aparente, que éstas ocupan realmente en el blindado corazón de Gatsby.
El desenlace se precipita después de una presentación detallada de los fastos y excesos de todo aquel gran circo que rodea al extraño millonario, imposible de resumir en menos tiempo. Hay un cambio de ritmo muy notable, pero intencionado. En cualquier caso, la película de Luhrmann supera con creces el antecedente más famoso, la plúmbea versión dirigida por Jack Clayton en 1974 con Robert Redford y Mia Farrow como protagonistas. Y esto a pesar de la fría acogida que ha recibido en Cannes.
Cabe el consuelo de observar, tras la bajada a los infiernos y el escudriño de la decadencia, que debajo del misterio en torno a tan enigmática figura rodeado de influencias oscuras, contactos y corruptelas – más que silenciadas, asumidas – se halla una historia de superación y lucha, batallas y soledad cuyo destino – por delante del origen – es el más hermoso de los sentimientos.
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