Tragicomedia interesante y muy agradable que el espectador interioriza como un excelente homenaje a esa película inmortal de nuestra infancia que es Mary Poppins, y a una caballerosa forma de entender la vida. La invitación al perdón y el deseo de no juzgar con dureza al propio progenitor son ideas hermosas que atraviesan la trama.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Saving Mr. Banks. |
SINOPSIS
Cuando las hijas de Walt Disney le pidieron que hiciera una película de su libro favorito, “Mary Poppins” de P.L. Travers, Walt les hizo una promesa. No sabía entonces que iba a tardar nada menos que 20 años en cumplirla… En su empeño por obtener los derechos, Walt Disney se enfrenta a una escritora cascarrabias e inflexible que no tiene la más mínima intención de que la maquinaria de Hollywood estropee a su adorada niñera mágica. Pero los libros dejan de venderse y el dinero escasea. Así que Travers acepta de mala gana viajar a Los Ángeles y escuchar los planes de Disney para adaptar su obra.
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CRÍTICAS
[Juan Orellana – Alfa y Omega]
Coinciden en la cartelera dos películas importantes que muestran sendas formas de entender la vida profesional y el éxito en los negocios. En El lobo de Wall Street, el único objetivo de la vida es el dinero y el placer; la consecuencia es la autodestrucción. Por el contrario, Al encuentro de Mr. Banks propone un camino en cuyo centro está el valor de la persona. Ambos filmes se enmarcan en la creciente moda del biopic, que ha hecho desfilar en los últimos tiempos versiones fílmicas de la vida —o parte de ella— de personajes tan variopintos como la Reina Isabel II de Inglaterra, Margaret Thatcher, Diana de Gales, Marilyn Monroe, Hanna Arendt, Camille Claudel, Lincoln, Mandela, Grace Kelly o Jordan Belfort, el corrupto broker neoyorquino, cuya autobiografía ha inspirado El lobo de Wall Street. Por su parte, Al encuentro de Mr. Banks se centra en un episodio de la vida de la escritora australiana Pamela L. Travers (Emma Thompson), autora de la popular novela juvenil Mary Poppins, que publicó con gran éxito en 1934. Recrea sobre todo las dos semanas de 1961 en que ella se trasladó a Hollywood para negociar la venta de los derechos de esa obra a Walt Disney (Tom Hanks).
Pamela es una mujer de carácter muy británico, estirada, llena de manías y complejos, que odia el modo de vida americano, Hollywood y, muy en especial, los dibujos animados. Walt Disney encarna todo eso que ella odia, pero no deja de ser un caballero, y va a tener que emplear todas sus dotes para convencer a la antipática señorita Travers de que le deje hacer un musical de su relato. En realidad, la gran baza narrativa del filme son los flashbacks en los que no sólo entendemos la gestación literaria de Mary Poppins, sino que comprendemos el alma atormentada de esa mujer, sus heridas y miedos. Precisamente en ese terreno de los afectos inconfesos y recuerdos recurrentes es en el que Disney va a encontrar los aliados necesarios para ganarse a esta imposible mujer.
Lo mejor de la película es el tono: desenfadado, pero no frívolo; fresco, pero no superficial; cómico, pero sin perjudicar el dramatismo de los flashbacks. El director texano John Lee Hancock (The Rookie, El Álamo), ya había tenido que bregar con el drama en The Blind Side (Un sueño posible), una historia de acogida familiar muy emotiva, aunque sin excesos melodramáticos, que le valió a Sandra Bullock el Oscar a la mejor actriz. También el éxito de este nuevo esfuerzo hubiera sido imposible sin el excelente trabajo de Emma Thompson, Tom Hanks y Paul Giamatti, esta vez secundario. Colin Farrell está correcto, pero no deja de ser un personaje subordinado. Resulta injusta la ausencia total de estos actores en las nominaciones a los Oscar, aunque el trabajo de Emma Thompson ha sido reconocido con candidaturas al Globo de Oro y al Premio Bafta. Sí opta al Oscar la espléndida banda sonora de Thomas Newman, que se completa con varias versiones fragmentarias de las maravillosas canciones de Richard M. y Robert B. Sherman para Mary Poppins.
El resultado es una tragicomedia interesante, agradable, muy agradable, y que en el fondo el espectador interioriza como un excelente homenaje a esa película inmortal de nuestra infancia que es Mary Poppins, y a una caballerosa forma de entender la vida. Aunque el objetivo de Walt Disney es conseguir sus propósitos empresariales, nunca pasa por encima de la persona; al contrario, se apoya en ella hasta convertirla en su mejor aliada.
Construyendo la cometa
Tras dos décadas tratando de persuadir a Pamela Travers para llevar al cine su emblemática obra “Mary Poppins”, Walt Disney logra un principio de acuerdo con la autora, en dificultades económicas, que incluye la aprobación del guión y del reparto, entre otras exigencias. Pero la señora Travers -así le gusta que la llamen- no estampará su firma en el contrato sin antes haber viajado a California para observar sobre el terreno en que puede ir a parar la aventura cinematográfica. Será un viaje también al pasado, los tristes recuerdos de infancia en Australia que inspiraron a “Mary Poppins” se agolparán en su cabeza, conformando un muro de resistencia frente a Walt y su equipo, a la hora de dar su conformidad a las ideas sobre las que quiere cimentarse la película.
Encantadora película que explica con idas y vueltas del pasado la gestación de “Mary Poppins”, la novela, y Mary Poppins, la película. Con un guión de las televisivas y poco conocidas Sue Smith y Kelly Marcel, y suaves transiciones entre presente británico-americano y pasado australiano, John Lee Hancock, que hasta ahora había demostrado ser un buen artesano a la hora de contar historias muy humanas basadas en hechos reales –The Rookie, El Álamo (2004), The Blind Side (Un sueño posible)-, logra su mejor trabajo. Llama la atención el equilibrio logrado entre las situaciones propias de comedia provocadas por el difícil carácter de Pamela, y los momentos dramáticos por un pasado no bien digerido, y al que una fantástica novela infantil había servido para practicar una suerte de exorcismo. La invitación al perdón y el deseo de no juzgar con dureza al propio progenitor son ideas hermosas que atraviesan la trama.
Las piezas encajan, todo fluye con naturalidad en esta película capaz de elevar el espíritu y alimentar los sueños. Los momentos en el estudio, con los letristas y compositores presentando sus canciones, Walt entusiasmado, y Pamela poniendo sus peros, son fantásticos. Realmente Emma Thompson está pletórica dando vida a la escritora encerrada en sus inseguridades, que trata de combatir mostrando una rotundidad y una lengua afilada que le permitan guardar las distancias. Y Tom Hanks supera con nota su caracterización de Walt Disney, empresa nada sencilla al tratarse de un personaje tan conocido por sus populares apariciones en la pequeña pantalla. Todos los personajes secundarios, como el chófer de Paul Giamatti, tienen su encanto, y ninguno carece de importancia.
Los tramos del pasado presentan el necesario peso específico y acaban iluminando completamente el presente en el momento adecuado, hasta explicar el inteligente e intraducible título original de la película, “Saving Mr. Banks”. Es cierto que hay momentos que da la impresión de que deberían haber sido memorables, como la reunión londinense, a los que falta un poco de chispa. Pero a cambio hay en puñado de momentos verdaderamente mágicos, entre los que no es el menor en emotividad el de la premiere de ese film ya clásico titulado Mary Poppins, hecho realidad por la tenacidad de uno de los grandes de la historia del cine.
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