Todo el dinero del mundo

Pablo Gugel

Periodista y Comunicador Audiovisual. Mi pasión por el cine se ha ido alimentando con los años. Mi abuelo me inculcó una semilla cuando era niño, con las películas de Chaplin o los hermanos Marx, que desde entonces no ha parado de crecer. Entiendo el séptimo arte no sólo como un entretenimiento, sino también como un medio para remover conciencias.

Pocos directores podrían decir que son capaces de rehacer una cinta en tan solo nueve días. Ridley Scott es uno de ellos. Tras el escándalo sexual de Kevin Spacey, que ya había grabado sus escenas como uno de los protagonistas del filme, el octogenario director norteamericano decidió prescindir de él y eliminar todas sus apariciones. Llamó a los actores disponibles y volvió a rodar las escenas en las que aparecía este personaje con un nuevo intérprete, el veterano y oscarizado Christopher Plummer (Beginners, Sonrisas y Lágrimas, Remember), que realiza una de las mejores interpretaciones de su carrera, con nominación al Oscar incluida.

Plummer es John Paul Getty Sr., un magnate del petróleo considerado uno de los hombres más ricos del mundo en la década de los 70 y cabeza de la familia Getty, alrededor de la cual gira la trama de la película. Basada en hechos reales, Todo el dinero del mundo cuenta el secuestro en 1973 por la mafia calabresa, del sur de Italia, de su nieto John Paul Getty III y los intentos desesperados de su madre por rescatarle, ante la negativa del patriarca de pagar el rescate exigido de 17 millones de dólares.

La película es un thriller tenso, con escenas muy potentes -en especial una bastante desgradable- bien llevado por Ridley Scott, a pesar de las dificultades del rodaje, que fueron solventadas por la calidad actoral. Al mencionado Plummer, que borda su interpretación de viejo avaro y frío, se unen una excelente Michelle Williams (Manchester frente al mar, El gran Showman, Blue Valentine) en el papel de madre angustiada que haría lo que fuese por salvar a su hijo, y un sobrio Mark Walhberg (Día de patriotas, Transformers: El último caballero, Infiltrados…) como exagente de la CIA al servicio de la familia Getty.

Destaca también el personaje de Cinquanta, uno de los secuestradores calabreses, interpretado por el francés Romain Duris. Este ejerce el papel arquetípico de secuestrador bueno que quiere lo mejor para su secuestrado, pero del que, por el interés que genera en la historia, se echa en falta conocer mejor sus motivaciones y qué le ha llevado a ejercer esa vida.

Todo el filme circula alrededor de la idea de hasta dónde pueden llegar los límites de la codicia humana, personificada en el Sr. Getty, un hombre mayor, que vive solo, en mansiones en las que se dedica al coleccionismo de arte, actividad a la que prefiere dedicar su patrimonio antes que soltar un dólar para salvar a su, supuestamente, más querido nieto. Para Getty tiene más valor una obra de arte, que se muestra tal cual es -“nunca cambian y por ello no decepcionan”, dice en el filme- que las personas humanas, llenas de recovecos y dobles caras.

Para él, la familia también queda en un segundo plano respecto al dinero. “Tengo otros catorce nietos, si pago el rescate de uno tendré catorce nietos secuestrados”, llegó a decir ante los medios cuando se enteró del suceso. Una idea insuflada por su padre, también adinerado, que le desheredó a los 24 años para que se valiese por sí mismo. Y una mentalidad completamente inconcebible para los secuestradores de la mafia, para los que la familia es lo primero, que no pueden entender cómo una persona es capaz de preferir no perder su dinero a la vida de su nieto.

Un choque de concepciones vitales que va en aumento y sobre el que se crea la tensión dramática cuando los secuestradores comienzan a apretar las tuercas de los Getty. Es el honor lo que está en juego.

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