Sinopsis
Los sencillos habitantes de Pedraza, un pequeño pueblo segoviano, verán afectadas sus vidas por una serie de extraños sucesos sobrenaturales relacionados con el sacerdote recién llegado, la Iglesia y el Vaticano. El terror se cernirá sobre la villa medieval a causa de una de las 30 monedas por las que Judas traicionó a Jesús, ahora en posesión del cura.
Crítica
30 monedas es la última gran apuesta del adorado cineasta Álex de la Iglesia (El día de la bestia, 1995), figura de culto para millones de fans que han esperado con ansia el lanzamiento de la serie de televisión estrenada en la plataforma HBO. Ha sido sin duda todo un éxito, enormemente aplaudida por la audiencia y aclamada por la crítica en términos generales.
Sobran motivos para tanto asombro. Se trata de una producción marca de la casa. El guionista bilbaíno derrocha todo su arte en los ocho episodios, de una hora de duración cada uno. Ha destapado el tarro de las esencias en una apoteósica mezcla de géneros fantásticos y terroríficos de personalidad carpenteriana y lovecraftiana. Todo ello al compás de la melodía religiosa que tanto le gusta exhibir.
Luces y sombras
Seguro que los acérrimos seguidores de su obra habrán quedado prendados con su última pieza para el mundo streaming. No esconde nada, pone sobre la mesa todos sus recursos cinematográficos, y regala a sus fans poder entrar en su característico e imaginativo mundo de excesos y grandes golpes de efecto.
Evidentemente, 30 monedas no pasará a la historia como la mejor serie. Ni siquiera creo que escape al mero fenómeno momentáneo actual por el que se le eleva a los altares con un hype sin límites. Supongo que De la Iglesia ha pretendido sostener su creación en base a un gran reparto y el sinfín de efectos exagerados que nutren considerablemente ese caos que propone.
El nivel interpretativo es uno de los grandes puntos a favor, destacando sobre el resto a Eduard Fernández encarnando al padre Vergara. Miguel Ángel Silvestre como alcalde del municipio leonés, Megan Montaner como la veterinaria y Macarena Gómez también suben el nivel acostumbrado en la ficción española. Los papeles secundarios estaban asegurados por nombres como Carmen Machi, Paco Tous o Secun de la Rosa.
Gusta, y mucho, ese desenfreno del que el director hace gala. Un espectacular comienzo, un desarrollo frenético y un desenlace inverosímil. Está especializado en una narrativa anárquica, desordenada y muchas veces absurda. El entretenimiento es bárbaro, pero el resultado final carece de fundamento. Concibe un producto destinado a la confusión más absoluta, una composición que se deshace a trozos. Él lo quiere así, pero eso no quiere decir que sea una buena conclusión de la ficción.
Tiene todo el sentido del mundo que una historia que te cautive con un inicio tan explosivo vaya apagándose conforme avanza. Es insostenible, muy complicado de mantener. Una costumbre característica del autor vasco, sobreexplotar la idea en el arranque y dejar las balas de fogueo para el resto del metraje.
A este propósito contribuye el altísimo ritmo al que somete los capítulos. Siempre pasa algo, generalmente importante para la trama, que termina por resolverse rápidamente, sin dar tiempo a la maduración. Este hábito voraginoso dentro del género de suspense priva al televidente de precisamente esa intriga, pues todo se anima previsible, sustentándose por completo en golpes de efecto cada vez más grandes, un mal síntoma.
Otro punto en contra que veo es la dejadez en el trabajo de ciertos episodios que requerían de efectos especiales más cuidados, sobre todo los referentes a las criaturas monstruosas. Al margen de la ridiculez argumental detrás de los mismos, sí se nota un desvanecimiento en su precisión, sí mostrada en, por ejemplo, la aplicación de la tecnología de rejuvenecimiento de algunos personajes.
El otro gran problema: su relación con la fe
Dejando de lado los fundamentos puramente técnicos y argumentales, me gustaría recalcar la gran desfachatez que comete Álex de la Iglesia con 30 monedas. Partimos de su autocalificación como católico y teólogo, descripción por la que de facto podríamos atribuirle un mínimo sentido de la fe y unas intenciones legítimas para desarrollar a través del cine conceptos tan sensibles como la vida del cristiano, la historia de la Iglesia o, lo que más le agrada, el combate entre el bien y el mal.
Como él mismo dice, «todos hemos querido creer y vivir la religión como parte de nosotros porque ofrece una vida plena» y «las cosas son verdad o mentira, bien o mal», no una interpretación personal que parta del relativismo moral. Salvo por cosas muy concretas, siempre ha estado acertado en sus declaraciones al respecto, también en las relativas al estreno de su serie.
Lo que no entiendo es el objetivo buscado con la misma. Aunque dijo que «nada de lo que se muestra es mentira», lo visto contradice su predicación anterior. Con mi análisis quiero ir más allá de su estilo cinematográfico, que personalmente detesto, o de que muestre el lado más oscuro del mal encarnado en el corazón del Vaticano. O si me apuras, de que presente los símbolos históricos como elementos sobrenaturales per sé mágicos con la capacidad natural de afectar el mundo material a placer.
Todo esto, al igual que su visión epopéyica del apocalipsis, el Anticristo, el simbolismo o las prácticas esotéricas, lo califico desde el espectro de la inventiva, como si estuviera leyendo un cómic de ciencia ficción. Sin mencionar el lamentable tratamiento fan service que hace del matrimonio, las típicas escenas de sexo explícito o la esperpéntica caracterización que se hace del Papa. San Pablo fue claro cuando expresó que «si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema» (Gal 1,9).
Gran peso soporta también la turbiedad de la intro, víctima de la máxima interpretación, en la que a ritmo de corneta procesional se muestra a Judas en la escena de la crucifixión, observando directamente a Jesús clavado en el madero, quien no responde a su infidelidad con una mirada de dolor y compasión, sino con una siniestra sonrisa, imagen que refuerza la versión gnóstica sobre la función del mal y el pecado en el plan divino, una herejía planteada por 30 monedas a lo largo de su extensión. En definitiva, Dios no respeta la libertad de Iscariote, desea que entregue a su maestro, justifica un mal por un bien mayor, una lectura terrible. No es Cristo quien se abandona a su misión de entregarse a la muerte para la redención de todos como cordero llevado al matadero, asumiendo hasta el extremo el pecado original del hombre, más bien se trata de una especie de complicidad con la maldad.
No logro comprender por qué representa los conceptos teológicos referentes al mal, aunque de manera simplista y grotesca, tan detalladamente, presuponiendo y desarrollando su poder de acción e influencia en las personas, evidenciando la existencia de Satanás y las fuerzas de la oscuridad, y sin embargo no realiza ese elaborado ejercicio con la otra parte de la balanza. No vemos la función del bien, el poder de la verdadera Iglesia, los cristianos o siquiera algún sacerdote convertido.
El que fuera para seminarista enmarca su ridícula cosmovisión en una teatralidad enteramente maniquea, en la que está el demonio pero no Dios, sino lo puramente humano. Por supuesto, no hay cabida a una reflexión sobre la fe, esperanza ni caridad. En este planteaminto, no se ve que la victoria ya la ganara el cordero. El director señaló que uno de los planteamientos de su historia es la creencia de que «Dios es vida, pero también es muerte», que el Creador y el Diablo son dos caras de una misma moneda. Esto rompe totalmente la figura de Cristo, que con su cruz redescubre el misterio de la muerte y el sufrimiento, que no ha de confundirse con el mal.
Si su misión es lanzar un mensaje católico, no lo consigue. En caso de que quiera revelar en qué consiste la realidad de la fe, la auténtica lucha entre le bien y el mal que combate diariamente un cristiano, apenas lo logra. El producto final es un despropósito de gran magnitud que se ahoga en su inconsistencia narrativa y muere con una historia obscena, de mal gusto y sin fondo recto.
No recomiendaría 30 monedas a ningún amigo mío, y creo que sería una pérdida de tiempo para cualquier cristiano. No obstante, apartando las incoherencias dogmáticas de Álex de la Iglesia, puede llegar a ser una ficción de misterio de suficiente nivel para los amantes del género, con algunos aspectos relacionados con la religión que aparecen por mera casualidad argumental. Nadie puede esperar de esta serie un anuncio catequético o doctrinario. Ha de interpretarse como lo que es, una historia inventada a conveniencia con reflejos teológicos distorsionados.
Ficha técnica

- Título Original: 30 monedas
- Dirección: Álex de la Iglesia
- Guión: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría
- País: España
- Año: 2020
- Duración: 60 min.
- Género: Thriller de fantasía terrorífica | Religión
- Interpretación: Eduard Fernández, Miguel Ángel Silvestre, Megan Montaner y Macarena Gómez
- Productora: HBO
- Música: Roque Baños
- Fotografía: Pablo Rosso
- Estreno en España: 2020
Me encantó la serie «30 monedas». La mezcla de horror, religión y misterio es fascinante. Las actuaciones son excepcionales y la dirección mantiene una atmósfera inquietante que te atrapa desde el primer episodio. Definitivamente una obra que invita a la reflexión.