La soledad (del latín solĭtas, –ātis) es un estado de aislamiento en el que un individuo se encuentra solo, sin acompañamiento de una persona o animal de compañía. Este es el tema principal que trata el aclamado director Martin Scorsese en «Toro salvaje».
El maestro italoamericano nos plantea la lucha interna del personaje como pieza clave de la narración. Más tarde, nos describe la pelea del relato a base de golpes fuertes y escalofriantes. Y, por último, nos muestra un descenso a los infiernos y, posteriormente, la redención que vive el protagonista de esta historia, Jake LaMotta, interpretado por un magnífico Robert De Niro.

«Toro salvaje» huye de los estereotipos del cine sobre boxeo y formula una pregunta transcendental: ¿puede el hombre estar sólo? Aquí hay un punto filosófico que Scorsese adquiere del planteamiento de Aristóteles; el hombre es un ser Zoon Politikón. El significado literal de la expresión es «animal político» o «animal cívico», y hace referencia al ser humano, el cual, a diferencia de los otros animales, posee la capacidad de relacionarse políticamente.
Pero, en este planteamiento, desde mi punto de vista, hay algo más profundo e interno, más mental que físico; el protagonista se relaciona con los demás e, incluso, ama y desea de una manera positiva, pero siempre, más tarde, destruye todo a su paso.

La soledad para Jake LaMotta (Robert De Niro) representa una revelación, una ayuda divina, su baile redentor. Y es representado en ese magnífico inicio de película, mezclando ópera y cine, donde el “hombre-animal» danza solo en su hábitat: el Ring. Ese lugar donde gana siempre y se siente vivo.
Esta apertura de la película, con un derroche de técnica audiovisual, es pura metáfora de la vida del protagonista. Porque, siendo hombre, sigue siendo animal. Y, aquí, Scorsese nos plantea otra pregunta: ¿por qué, en general, se rehúye de la soledad? Quizá porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos. Quizá porque da miedo mirarnos a la cara. Quizá porque sentirnos solos significa la nada…

Pero, si me permite, querido lector, a veces, y más en el mundo en el que vivimos, creo que se desecha la soledad y se impone la idea de que siempre hay que estar activo socialmente. Sé que ser sociable es bueno, sin embargo, la soledad es, indiscutiblemente, la mejor vía para acercarnos a nosotros mismos y ser mejores, precisamente, con los demás. Es ese momento de silencio, de redención, de perdón…
Scorsese maneja todo a la perfección y deja ver, entre ese blanco y negro con el que realiza el film, una tinta coloreada de esperanza. El director, en ese diálogo final, empleando un metalenguaje en el que el protagonista habla consigo mismo frente a un espejo, nos enseña que, aun estando solos, podemos conversar con nuestro “yo”. Y que, gracias a Dios, perdonar y ser perdonado en soledad es otro relato de la maravillosa danza de nuestro pasado y la poesía de nuestro futuro.