Ozark (Temporada 4-2)

Gabriel Sales

Licenciado en Periodismo, Máster en Comunicación y Branding Digital, Máster en Matrimonio y Familia y Máster en la Unión Europea. Apasionado comunicador y crítico de cine, personalista practicante y absoluto seguidor del séptimo arte más reflexivo. Cada película es una ventana hacia nuevas perspectivas y emociones, no subestimemos las historias que retan nuestro acomodo mental.

Si algo ha caracterizado poderosamente a Ozark (2017) en sus cuatro temporadas (esta última lanzada en dos partes) ha sido su respeto por una lógica narrativa que ha ido evolucionando paulatinamente hasta alcanzar una calidad sobresaliente, y por momentos picos de enorme excelencia. Digna sucesora de Breaking Bad (2008), de la que claramente mama en algunas esencias, ha conseguido encontrar en pantalla su propio sentido argumental y, con la cuarta season, un impacto dramático que la ha colocado como una de las grandes series de los últimos años.

Con un tono cada vez más oscuro, los creadores y showrunners de este fantástico producto televisivo de Netflix han cocinado lentamente una de las mejores propuestas sobre narcotráfico, policía y Gobierno, desde un prisma contextual, y sobre todo una auténtica obra maestra acerca de la corrupción moral en el seno de una familia. El matrimonio Byrde, extraordinariamente encarnado por Bateman y Linney, ha tenido que lidiar con numerosos puntos de inflexión ética, acontecimientos extremos que le han puesto enfrente siempre los dos caminos del discernimiento. Aunque coqueteando con las consecuencias naturales de las deplorables decisiones de Marty y Wendy, las tres primeras temporadas no parecían ahondar demasiado en esto, sino que sencillamente se dedicaban a ir apuntando en una lista toda una serie de medios justificados para un fin supuestamente bueno, que previsiblemente nunca llegó a serlo.

Evidentemente, la cuarta temporada, y más aún la segunda parte de la misma, debía recoger los frutos amargos de tanto equilibrismo moral: no es posible improvisar el arrepentimiento verdadero, ni tampoco forzar una conversión repentina. La medida de los pecados tiene un límite, y la familia Byrde, incluidos los hijos, han ido rebasando las líneas continuamente, dejando pocas opciones a una redención en sus arcos. Fiel a su estilo, con una pedagogía moral realista, todo concluye proporcionalmente mal. Si bien el final es notable, no llega a ser del todo satisfactorio.