Mayday Club | Cómo los miedos pueden paralizar al ser humano

Mª Ángeles Almacellas

Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid. Crítica de cine. Miembro del Círculo de escritores cinematográficos. Directora del curso "El arte de ver películas" en la UPM. Directora de CinemaNet-Madrid.

Una serie de personajes aquejados de aerofobia recurren a una compañía aérea que ofrece una terapia para personas que sufren ese trastorno de ansiedad. Pero, por una serie de circunstancias, acaban bajo la supervisión de Charles, un monitor novato, que los lleva en vuelo a Islandia. Lejos de ser un viaje con efectos rehabilitadores, se convierte en un gran ansiógeno que no hace sino acrecentar su intenso miedo irracional a volar.

Mayday Club es una coproducción Islandia-Reino Unido-Alemania, cuya acción se sitúa casi enteramente en Islandia. El cineasta islandés Hafsteinn Gunnar Sigurðsson, director y coguionista, ofrece una mezcla de humor negro inglés y humor algo gamberro islandés que da como resultado un humor absurdo que pone en solfa la obsesión actual por la seguridad, llevada al extremo.

Al principio la historia promete y el espectador se acomoda dispuesto a disfrutar de un buen rato de risas con una comedia ligera. Sin embargo, la trama se desliza hacia una paranoia colectiva, como una pesadilla que pretende ser cómica, pero no acaba de conseguirlo. La fotografía presenta paisajes islandeses impresionantes, pero lo que finalmente salva la película, aun sin alcanzar grandes vuelos, es un reparto de lujo, encabezado por un magnífico Timothy Spall, con una espléndida Lydia Leonard. Tanto ellos como el resto del reparto hacen un buen trabajo encarnando a unos personajes disparatados, que se limitan a protagonizar una serie de escenas delirantes. Se suceden una serie de sketchs desiguales, algunos graciosos, otros no tanto, incluso dejando lugar para la grosería, pero sin que haya una línea argumental capaz de darles sentido de continuidad.