Quizás no podía haber “mejor titular” para entusiasmar con esta película, que el que propone el crítico de cine Guillermo Bibiano sobre esta maravillosa y conmovedora cinta. Escribe: “Daisy Ridley (intérprete principal) rompe la barrera en la natación con una película biográfica que transmite grandeza” y no solo porque el guion narre de modo notable, una historia notable -la batalla de Gertrude Ederle para cruzar a nado el Canal de la Mancha-, sino porque, por el profundo calado del guion, la película consiguió escapar de una muerte segura en los archivos de Disney+ donde se acumulan cientos de cintas originales que, una vez proyectadas, pasan rápidamente al olvido. La joven y el mar fue rescatada por ser una película realmente buena, muy buena: da un giro magistral a una historia deportiva en la que nos sentimos arrastrados como un barco a la deriva que nos lleva exactamente a donde queríamos llegar.
El impacto de las buenas películas. Un poco de historia
Como si fueran líderes de impacto, las buenas películas pueden transformar al espectador en su manera de mirar, de ver las cosas, de juzgar, primeros pasos para llegar a una reflexión sobre los acontecimientos visualizados que enriquecen la personalidad de aquellos que se dejan sorprender, y que quizás mejoren, no solo en su forma de actuar o comportarse, sino también su forma de ser, por ese “ser además” que cultiva, mejorando la intimidad de las personas.
Los verdaderos líderes cinematográficos son aquellos que interpretan la vida y la obra de un personaje histórico. En la historia del cine hemos podido aprender que estos grandes personajes, magníficamente interpretados, han resuelto las situaciones más difíciles gracias a su buen hacer, a su liderazgo y, en definitiva, a sus virtudes. Defiendo que nunca debe aprenderse la historia a través de las películas, pero también que las mejores películas, basadas en hechos reales, nos hacen querer aprender más.
Una de las maravillas del cine es hacernos presente su capacidad para llevarnos a nuevos escenarios, a descubrir otras vidas, otras culturas que, al conocerlas, es posible permitan descubrir aspectos personales que no conocíamos y quizás dotarnos de herramientas para superarnos, para subir más alto, llegar más lejos y a lo más profundo de la propia existencia y desligarnos de posibles cadenas que nos pueden aprisionar.
Ortega y Gasset escribió “la vida se nos da vacía” y por ello “todo puede suceder”, quizás en este sentido vienen a resonar con optimismo lo que Giuseppe Tornatore dijo alguna vez: “El cine es mejor que la vida, con cada película se nace de nuevo”. El cine es una buena escuela de grandeza.
En su libro Líderes, el expresidente norteamericano R. Nixon dejó plasmada esta grandiosa frase: “Los grandes líderes son truenos que hacen retumbar la historia”, No sé si se trata de una afirmación absolutamente cierta, pero sí lo es que a lo largo de la historia de la humanidad, hombres y mujeres alcanzaron éxitos con los que contribuyeron a cambiar, en algún aspecto, el ritmo de la historia. Todas las sociedades existen porque hay una historia detrás de ellas, un diálogo entre presente y pasado que fomenta un sentido personal de pertenencia y de permanencia.
Basta abrir un manual de literatura, de historia, de deportes, de ciencias, etc. para descubrir la biografía de grandes líderes que influyeron en el progreso y en la dirección de la humanidad en los campos precisos que ellos dominaron. En esta línea centramos la historia de la joven Gertrude Ederle, llevada al cine recientemente.
¿Quién era Trudy?
Fue una “heroína” que, en dos ocasiones, robó su vida a una muerte diagnosticada, prevista; no solo eso, sino que por su débil salud toda su vida tuvo que enfrentarse con la temida “parca” que cantaría Juan Manuel Serrat en su bella canción Mediterráneo. Muere, ya anciana, en 2003.
La joven y el mar, basada en el libro del mismo nombre, cuenta una historia notable, la historia de Gertrude Ederle, de origen alemán, hija de inmigrantes alemanes. Nace en Nueva York, en 1916. De niña sobrevivió a una grave enfermedad infantil -el sarampión, con altas fiebres- de la que tenía el peor diagnóstico, la sentencia del médico, después de lo que creía que sería su última cita con la pequeña: “la niña no pasará de esta noche”. No fue así. Luchó por sobrevivir. Fue fuerte y tenaz. Su ilusión, una vez superada su infancia, era boxear, jugar al stickball, pero el único deporte que se le permite aprender es la natación: su madre defiende que las personas no deberían morir ahogadas, tampoco las mujeres. Desconocemos el porqué de esta afirmación. Así la niña fue inscrita en un club natación femenino, -a pesar de que su padre se opone incluso que aprenda a nadar-, una institución inusual en la época. Trudy demuestra aptitudes excepcionales para la natación, aunque al principio será eclipsada por su hermana Meg.
Con el tiempo se convierte en una nadadora excepcional que romperá todos los récords mundiales; será seleccionada para formar parte del equipo de los Juegos Olímpicos celebrados en París en 1924. El entrenador del equipo –Christofer Eccleston– centrado en la importancia del pudor femenino, impide el entrenamiento de las chicas en las aguas del mar lo que supuso una seria contrariedad para el grupo. Fue de las mejores: ganó una medalla de oro y dos de bronce, pero su actuación en los juegos le produce una seria decepción porque intuía que no llegaría a más.
Fuerte y rebelde, decidida a aprender y a luchar contra las ideas de lo que una mujer puede o no hacer; son costumbres restrictivas y más si pertenece a una comunidad inmigrante. No piensa resignarse con una vida anodina y mediocre; decide demostrar su valía, defiende que las mujeres tienen derecho a participar profesionalmente en todos los deportes, igual que los hombres, y aparece entre sus metas un gran reto que atrae su atención: cruzar a nado el Canal de la Mancha. Es la extraordinaria historia real de Trudy, la de ser la primera mujer lo atravesó a nado, hazaña que pocos hombres habían conseguido.
La película
El resultado de llevar al cine la increíble hazaña deportiva de Trudy es una inspiradora cinta de corte épico, deliciosamente entretenida en la que predomina el tono positivo y la importancia del apoyo familiar. Se trata de una película Disney de primera calidad, realizada al estilo tradicional de la casa, familia, con su dramatismo. La actriz Daisy Ridley, en un papel magnífico, añade momentos de divertida comedia. La película se amplifica al ceñirse estrechamente a la historia real de la innovadora forma de nadar de nuestra protagonista y de su lucha contra la adversidad y contra el sexismo de la época. Todo el reparto, sin excepción, la mayoría poco conocidos, aportan personalidad a sus personajes y cumplen con la historia que se quiere trasmitir.
Basada en la historia real, el guion no sigue fielmente todos los acontecimientos de la vida de la nadadora, pero se trata de un guion muy bien estructurado por Jeff Nathanson, dirigida por Joachim Ronning -que ya había demostrado su habilidad para rodar películas en el mar-, y producida por Jerry Bruckheimer que pone corazón y conexión en la historia siguiendo la fórmula de Disney sobre los deportistas desfavorecidos: triunfan gracias a su talento y a su esfuerzo aunque en momentos ignora la historia real si se interpone en el camino de una narrativa satisfactoria. Es curioso que omita la medalla de oro y las dos de bronce que ganó Trudy en los Juegos Olímpicos de 1924 o el dramatismo -quizás excesivo- en el momento clave de cruzar el canal cuando nadadora debe nadar atravesando un peligroso banco de medusas rojas. Sin embargo, cada giro de la historia da en el clavo.
La banda sonora de Amalia Wagner es genial, señala con acierto cada fracaso y cada triunfo en la vida de Trudy, al igual que la espectacular fotografía del español Oscar Faura, experto en filmaciones de mar: las tomas de cámara son realmente preciosas, capaces de irrumpir en cada escena con enorme precisión. El final de la película y la recreación del desfile triunfal de recibimiento en la playa de Coney Island, el apoyo de la familia -la relación de las hermanas es convincente y entrañable- y de los entrenadores, la solidaridad del pueblo, son escenas que resultan audazmente conmovedoras.