Sinopsis
Tras la inesperada muerte del Sumo Pontífice, el cardenal Lawrence es designado como responsable para liderar uno de los rituales más secretos y antiguos del mundo: la elección de un nuevo Papa. Cuando los líderes más poderosos de la Iglesia Católica se reúnen en los salones del Vaticano, Lawrence se ve atrapado dentro de una compleja conspiración a la vez que descubre un secreto que podría sacudir los cimientos de la Iglesia.
Crítica
Cónclave | Torpe idealismo posmoderno
Qué tensión se genera cuando alguien decide llevar temas eclesiásticos a la gran pantalla. Edward Berger, director y coguionista del fantástico remake Sin novedad en el frente (2022), ha sido el último con osadía para ficcionar sin pudor el Cónclave de la elección del nuevo Papa de Roma. Salvo por su insólito final, es una sensacional obra artística que termina pecando, nunca mejor dicho, al deformar en fondo y forma las cuestiones que a priori intenta tratar con la suficiente sobriedad.
Si atendemos a los parámetros cinematográficos, Cónclave se sitúa entre lo más exquisito del año 2024, una propuesta de gran solidez cuya credibilidad vive en todo momento de una excelente dirección y una vigorosa puesta en escena embelesada por un tono solemne y las notables interpretaciones, especialmente la de un Ralph Fiennes arrebatador.
La historia está más que clara y nace proyectada al éxito seguro gracias al morbo que connaturaliza a todo lo que tiene que ver con el misterio dentro del Vaticano y concretamente la elección del nuevo Sumo Pontífice. Desde el primer minuto, Berger sabe mover muy bien sus cartas, con una presentación del todo atrayente que sigue con un desarrollo minucioso de cada elemento dispuesto. Tanto el enfoque como el estilo para captar y evolucionar el thriller juegan a favor de la cautivadora temática que maneja perfectamente.
El cineasta alemán tiene una probada virtud para aprovechar en su beneficio los distintos apartados técnicos. Música, fotografía y movimientos de cámara en Cónclave toman claro partido de un montaje convenientemente equilibrado con la narración, que acelera en frenesí y calma hacia el sosiego cuando es más propicio. El pulso a la tensión es siempre favorable, y hasta el tercer acto es pura fantasía.
Una pieza asombrosamente ensamblada en sus dos primeros actos que pierde fuelle en la conclusión, en ese preciso momento en que ha de ser más elevada. La armoniosa sinfonía que habíamos escuchado desentona justo en clímax narrativo que debiera haber coronado la excelsitud mostrada hasta el momento. La sutileza y minuciosidad en los detalles que conjugaban un escenario tan dado a la potente reflexividad y el ansia por descubrir, quedan ensombrecidos por una resolución sin la categoría testimoniada. Lo que vendría a ser un impropio deus ex machina que en sí mismo menosprecia ese discurso consecuente con las premisas y el desarrollo. Una lástima que especialmente llegando a término falten la inteligencia, pausa y creatividad necesarias para tamaña situación.
La osadía del posmoderno
Hasta aquí llegaría yo con una crítica cotidiana, pero don Edward Berger ha querido jugar una partida de ajedrez con piezas de acero en un tablero de fino cristal. Esta cinta me recuerda enormemente a Silencio del genial Martin Scorsese, una de sus más infravaloradas piezas maestras donde el octogenario director, controvertido en cuestiones religiosas, supo armar dos tercios de impecable expresión cristiana referentes a la misión, para después cerrar con otra de sus características proposiciones heréticas. Fe y obras no tienen por qué ir de la mano, y se quedó tan ancho el tipo.
Si la comparamos, Cónclave igualmente realiza dos distinguidas primeras partes, con los suficientes enjundiosos dilemas morales como para que la obra siga un curso elevadísimo, en fondo y forma. La diferencia está en la conclusión, mientras Scorsese cuela el veneno con gran maestría cinematográfica, Berger se tira al precipicio presentando el mismo cianuro pero con torpeza.
Una especie de idealismo fruto de un análisis posmoderno, burdo y sin las propiedades que exige esta empresa. No solo estamos hablando de elementos que atentan directamente contra dogmas y doctrina, es la continua aspereza de sociedad líquida que va asomando. El final confirma un continuo olor a deconstrucción de los pilares eclesiásticos, con un evidente subtexto dado a confundir «humanización» de la curia, como confesó el director, con reducción a las más bajas pasiones y las más altas ambiciones.
Un despropósito colosal, desde pedir «un Papa que peque y pida perdón», haciendo criminal connivencia del mal, hasta promocionar que «el mayor enemigo de la fe es la certeza». Si bien entiendo la posible intención de sembrar un hálito de concordia en la diferencia, es inadmisible. Es decir, en una representación que presupone una recreación realista en materia de fe, se difumina que los adversarios del alma son el mundo, la carne y el diablo y en última instancia Satanás.
Dejando de lado el alegato ideológico sobre el comunismo revolucionario de Francisco o el nazismo y la complicidad con los abusos sexuales a menores de Benedicto XVI, Cónclave crece artísticamente tanto como merma en credibilidad avanzando como thriller político que sitúa a todo el cuerpo cardenalicio al servicio del Papa menos malo, con un juego de intereses propio a las peores calumnias y depositando la tradición y el devenir de la Iglesia católica en conceptos como progreso, liberalización o conservadurismo. Siempre con tono de un ideal que no sobresale de las codicias de meros personajes caricaturizados.
Quizá se enmascare en ese tono solemne y eminentemente sobrio, o sobre todo en que las tramas sean siempre consecuentes y congruentes a las premisas, pero la medida es el poder, como en Juego de Tronos. Asimismo, se maneja erradamente el término reforma, abrazando la doctrina como si de una normativa menor se tratase, y reduce la elección del Sucesor de san Pedro a una compra de votos. No hay mayor misión evangélica que la de servirse a uno mismo.
La viabilidad papal está sujeta a capacidades y habilidades humanas, no se vislumbra más transcendencia. Del mismo modo, Cónclave no está exenta de sensacionalismo y ser bastante tendenciosa con una radiografía más próxima al circo que otra cosa, con obispos y cardenales situados como infantes con desaires ridículos, llegando a veces a la parodia del charlatán.
Puedo entender que a priori se pretenda ecuanimidad en la valoración moral intrínseca a la narración, pero se deja llevar por una eminente oposición al conservadurismo que supuestamente atenta contra la Iglesia y su vocación social y salvífica. Una clara deformación de la esencia y gran parte de las formas conductuales y finalidades protocolarias.
Veo un proceso destructivo que irremediablemente reduce la preparación, el conocimiento y, peor aún, el discernimiento cardenalicio, a meras bestias ávidas de control, que finalmente quedan supeditados a un discurso torcido sobre la visión de la Iglesia sobre el resto de religiones, especialmente el Islam y la secularización, no por esta en sí misma, sino por los que la profesan. Algo similar a lo que podría decir frívolamente cualquier presidente de Gobierno conocido.
Para terminar, este mismo discurso se hace manifiesto con un alegato contra la mezquindad de una curia desnortada. «La Iglesia no es la tradición” reza el ungido profeta de los nuevos tiempos que encarna la voz del director contra la institución eclesiástica. Es más, el nombre de Inocencio se erige a propósito, para edulcorar la mofa sobre la elección.
Por supuesto, en Cónclave se muestra a una Iglesia decadente, ensimismada, carente de propósito más que la ambición de poder e influencia en las masas sociales, que en este caso encuentra «solución» con un ministro intersexual, ni hombre ni mujer, perfecto en su desorden para conducir al pueblo de Dios en el relativismo moral.
Ficha técnica

- Título Original: Conclave
- Dirección: Edward Berger
- Guión: Peter Straughan. Novela: Robert Harris
- País: Reino Unido
- Año: 2024
- Duración: 118 min.
- Género: Thriller, religión
- Interpretación: Ralph Fiennes, John Lithgow, Stanley Tucci, Isabella Rossellini
- Productora: Access Entertainment, Filmnation Entertainment, House Productions, Indian Paintbrush, Wildside
- Música: Volker Bertelmann
- Fotografía: Stéphane Fontaine
- Estreno en España: 20 de diciembre de 2024
Como hombre de fe escasa y permanente actitud de búsqueda, la frase «el mayor enemigo de la fe es la certeza» me ha acercado al Misterio mucho más que todo lo que llevo oído y leído al respecto. Fundamentalmente por una razón: ahora estoy seguro de que es así, pero hasta que no lo he recibido de la película, sencillamente no me había dado cuenta.
Estoy de acuerdo en la evidente fractura entre el tercer acto y el resto de la obra. Me descolocó. Tuve la sensación de haber estado viendo una obra maestra y de pronto… el pegotazo ideológico. Sencillamente no le veía sentido ninguno con el resto de la obra, era como una especie de productplacement woke de la peor vulgaridad. Sin embargo, a medida que pasan los días y que compruebo que la película me ha dejado una huella muy profunda, empiezo a verle algún sentido. Esto dicho siempre con reservas.
El tema de fondo en todos sus aspectos es demasiado complejo para agotarlo en una película o, mejor dicho, en el desenlace de una película. Lo que me remueve es esto: Somos lo que somos porque —— lo ha querido así (sustituir la línea por la palabra Dios, azar…), lo ha dispuesto así. La película no habla de comportamientos, que son elección del ser humano y por tanto objeto de juicio, no habla del hacer sino del ser. ¿Y qué ser humano puede sentirse con derecho para excluir a otro sólo por ser como es? Insisto, si nos creemos que lo que somos, es lo que Alguien ha querido que seamos.
Luego, es verdad, que de aquí podrían deducirse múltiples implicaciones (el papel de la mujer en la iglesia, etc.) que ni la película entra a desarrollar, ni sinceramente, a mí me interesan especialmente.
Por lo demás, una magnífica película.
Es una opinión, simplemente.