Amenaza en el aire | Mel Gibson vuelve a volar pero, esta vez, ligero

Miguel Soria

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la UCM, Máster COPE de Radio y Televisión; crítico de cine en Pantalla90 y responsable de la sección de videojuegos en Aceprensa; director y presentador del pódcast 'Enciende el mando'

Echábamos de menos a Mel Gibson director. Es un magnífico actor, pero cuando se pone tras las cámaras alcanza unos niveles sencillamente deslumbrantes, no hay más que ver Braveheart en 1995 o La Pasión de Cristo en 2004, sin olvidar la magna Hasta el último hombre en 2016. Le ha costado mucho ponerse detrás de las cámaras, hasta ocho años, y ahora que lo ha logrado entrega un filme absolutamente distinto de toda su filmografía anterior: baja el nivel de epicidad y humanismo pero retiene el interés.

Un piloto (Mark Wahlberg) transporta en su avioneta a una teniente general (Michelle Dockery) que custodia a un testigo (Topher Grace) que va a testificar en un juicio contra la mafia. A medida que atraviesan las montañas de Alaska, las tensiones se disparan, ya que no todo el mundo a bordo es quien parece ser. Y a 3000 metros de altura no hay escapatoria posible.

Gibson dirige a su buen amigo Mark Wahlberg y se han unido a la fiesta Michelle Dockery y Topher Grace para entregar 91 minutos de alto voltaje en los que los tres están muy bien, sobre todo la actriz británica. Recuerda mucho la premisa a la fabulosa 16 Calles (2006) del fallecido maestro Richard Donner en la que un policía debía lograr que un testigo llegara a su destino, dieciséis manzanas de calles, desde la comisaría hasta los juzgados para testificar. Aquí las calles de Nueva York pasan a ser los miles de kilómetros dentro de una avioneta, así que la necesidad de sorpresas para lograr mantener el interés del espectador es alta. Para ello el guionista Jared Rosenberg mezcla drama, acción y un punto de comedia y recorre, de paso, los lugares comunes de los thrillers policiales que no diremos aquí para no fastidiar nada pero que siempre funcionan, y más si los usas sabiamente no dejando boca arriba las cartas desde el minuto uno, una tentación muy manida en guionistas y directores noveles, pero Gibson no lo es y sabe dosificar bien la información, incluyendo un clímax adrenalínico muy logrado.

Durante estos 90 minutos acudiremos no solo a un viaje lleno de sobresaltos, también a confesiones y redenciones, mostrando lo mejor y lo peor del ser humano: tanto confianza como corrupción, ya que se reflexiona sobre el hecho de que nadie está a salvo de caer en la tentación y que, como ya decía el Oráculo en The Matrix Revolutions (Lilly y Lana Wachowski, 2003), “¿qué quiere quien tiene poder? Más poder”, y lo mismo con el dinero.

Por desgracia no todo son bondades y se debe criticar el enorme uso de pantallas verdes y efectos digitales. El director de fotografía Johnny Derango hace lo que puede para mostrar bellos paisajes de las montañas nevadas pero no son suficientes para disfrazar que la inmensa mayoría de lo que vemos son ceros y unos, algo lógico teniendo en cuenta el escenario casi único, la avioneta en pleno vuelo. También se nota que Gibson ha ido corto de presupuesto, una vez más, y bastante ha logrado.

En todo caso se trata de un largometraje interesante y no tan superficial como podría parecer que además muestra a un Wahlberg en un papel muy diferente del suyo habitual, sobre todo teniendo en cuenta El milagro del Padre Stu de Rosalind Ross en 2022. Ahora solo queda esperar a que, por fin, el director nos entregue la prometida Arma Letal 5 y, sobre todo, la esperadísima por millones de espectadores La pasión de Cristo: Resurrección.