Sinopsis
El mundo de una familia se pone patas arriba cuando Jamie Miller, de 13 años, es arrestado y acusado de asesinar a una compañera de clase. Los cargos contra su hijo les obliga a enfrentarse a la peor pesadilla de cualquier padre.
Crítica
Adolescencia | Radiografía de un colapso moral
¿Es el mal de los hijos culpa de sus padres? Con Adolescencia estamos ante una propicia miniserie para analizar el reflejo en audiovisual de ese colapso moral de una sociedad que sigue a la deriva, ajena a referentes que le ayuden a discernir. El último éxito de Netflix emerge como obra que trasciende el mero entretenimiento para transformarse en un espejo doloroso de nuestra decadencia. Cuatro episodios en plano secuencia que emplean la excusa del thriller para diseccionar con precisión la fractura de la civilización contemporánea y lleva al televidente a un cuestionamiento de las raíces de semejantes patologías.
Forma y fondo, plano secuencia de colmillo ético
No es fácil situarse en plano cenital para escapar de quedar maravillado con el derroche técnico de Adolescencia. Sin embargo, es necesario actuar con frialdad para concluir que no se trata de solo un alarde, puesto que ese plano secuencia va más allá de la decisión estética, tiene un objetivo claro de privar al espectador del respiro emocional de un montaje más sosegado. En cierto modo es una postura ética que te presiona para que absorbas cada matiz de angustia de los personajes, eres un testigo de valor de una desgracia que preferirías evitar para no implicarte.
Tras ver los cuatro potentes episodios uno se da cuenta de que Graham y Thorne buscaron arrojar luz en lo sintomático de una lamentable reiteración de acontecimientos que rasgan el tejido humano, es decir, crímenes violentos entre adolescentes que deberían situarse en otra dimensión relacional. De este modo, la consecución de planos rechaza el alivio emocional, con el fin de que no miremos hacia otro lado y enfrentemos esa verdad tras el sufrimiento: somos cómplices por omisión.
Crisis antropológica
Si nos fijamos bien, ya desde la premisahay un reto perturbador: un chaval de 13 años es acusado de asesinar a una compañera de clase. Imposible no quedar sobrecogido, más aún siendo padre, pero lo realmente inquietante es el cuadro antropológico que Adolescencia hace de nuestras juventudes. No podemos permitir situarnos ante un caso aislado con el retrato del monstruo, más bien es la consecuencia lógica de una sociedad que ha vaciado a sus jóvenes del sentido de trascendencia para convertirlos en productos a merced de sus impulsos más primarios. Lo grave, que no disponen de una clara orientación moral que les ayude a combatir la tendencia.
Esta miniserie explora con mucho interés el peligro de las redes sociales, en cabeza Instagram (vanitas vanitatum omnia vanitas), una auténtica fuente de bullying, masculinidad distorsionada y misoginia. Observemos el movimiento incel y su relación con la violencia, más claro, agua. Los adolescentes, naturalmente abocados a la confirmación de su identidad, están sometidos a tóxicas influencias que diseñan un perturbador paisaje de valores hostiles. Una lucha constante por ser pero sin atravesar el camino bueno del crecimiento en virtudes.
Gravísimo muro de opresión hemos ido construyendo al privar a nuestros hijos de las respuestas morales a las preguntas existenciales. La serie de Graham y Thorne es una absoluta sacudida porque retrata el vacío de ese materialismo consumista y falsos profetas de la era digital. El ser humano sigue hambriento del maná pero se encuentra con torcidos referentes, se autoexige trascendencia y se le presenta levedad.
Trascendiendo al determinismo sociológico
Uno de los más grandes aciertos de Adolescencia es la no moralización en su propio proceso de negación del reduccionismo causal, esto es, con arrojo cuestiona las patologías de nuestra era: haber normalizado la posibilidad del mal como intrínseca a la libertad humana. Los actos del chaval acusado no responden a un determinismo adverso, sino que es una persona libre que toma decisiones morales, por terribles que resulten.
Tristemente, es necesaria una renovación de la mente, aquí queda reflejado con exactitud, pues nos invita a repensar nuestra comprensión del mal, constantemente psicologizado o reducido al condicionamiento social. Obviamente, el mundo pesa muchísimo, no pueden negarse estos factores externos, pero no podemos apartar la mirada ante esa naturaleza herida, esa raíz en la condición humana que nos inclina a escoger el dolor cuando nuestra llamada son las buenas obras.
Especialmente revelador es el capítulo tercero, el de más altura de Adolescencia, que enfrenta a la psicóloga y Jamie. Su trabajo es entender la raíz del acto violento y se encuentra algo mucho más siniestro que un parametrizado trauma infantil: la realidad de una conciencia moral deformada. Claro, a estas alturas ya sabemos que la pérdida es progresiva, una degradación alimentada en cada pequeña decisión sobre compromisos morales a simple vista intrascendentes que, unidos, llevan a una desorientación existencial rotunda.
Familia, espejo roto
Entramos en terreno sumamente delicado, la institución familiar, en este caso el cómo Adolescencia se atreve a explorar su papel actual. Miremos cómo los padres del acusado, sensacionalmente interpretados por Stephen Graham y Christine Tremarco, nos hablan de esa generación de adultos que perfieron las coordenadas de la educación de sus hijos, moviéndose entre la sobreprotección y la negligencia.
La miniserie de Netflix presenta esta dolorosa pregunta: ¿cuál es la responsabilidad de la familia sobre tan terribles actos del menor de edad? ¿Pudieron los padres hacer un mejor trabajo en la crianza? Esta culpa impregna cada interacción entre los Miller tras la acusación de su chaval. Se observa bien en el cuarto episodio, en esa conversación que los padres mantienen sobre su responsabilidad, como si de un juicio existencial se tratase, entre miradas inabarcables e insoportable pena por algo que ya no puede volver a ser igual.
La virtud del guion es hacerlo sin simplismos moralizantes, sencillamente reflejando cómo la familia, en términos generales, ya no es la base de aprendizaje de valores y virtudes. No se aborda a los padres de Jamie como monstruos, sino como personas comunes que han ido delegando de manera inadvertida la formación moral de su pequeño en agentes externos. Quizá han distorsionado el concepto del amor, tratándolo como permisividad, el del abandono, llamándolo autonomía, dejando así un abismo frente a su hijo. No saben qué ocurre dentro de su habituación, hay un flagrante fallo de supervisión que avanza como síntoma de una crisis moral más grave.
Conciencia, brújula extraviada
No hace falta exponer con vehemencia que la conciencia es una de las las realidades más devastadas por el pensamiento moderno. El problema, entre comillas, es que es nunca dejará de ser algo connatural al ser humano. Adolescenciahinca el colmillo precisamente en su progresiva erosión hasta llegar a la sociedad que tenemos. Esa voz que discierne el bien del mal y ha de ser acompañada de una educación en virtudes, aparece en la miniserie como un conocimiento alterada por el relativismo predominante.
En el joven protagonista vemos una conciencia que supervive medio ahogada pero no está sepultada, hay ráfagas de remordimiento que se suman a su confusión moral. Se le observa una distorsión tan grande que no es capaz de distinguir entre tanto mensaje contradictorio, por lo que su guía interior perece. Por eso señalaba el acompañamiento de alguien tan crucial como los padres, que en este caso no parecen tener una formación apropiada para hacerlo, caen con frecuencia en la duda y la incapacidad de presentar con claridad delante de sí unos actos que son intrínsecamente malos. Es por ello que viajan a la deriva, desorientados en las esferas colectiva e individual, impulsados por el vaivén sentimental y la presión social.
Escuela, campo de batalla
Si nos fijamos en el segundo episodio, Adolescencia hace un buen traslado del foco al instituto, otro de los pilares fundamentales en la educación de nuestros jóvenes, y a su vez otra dimensión afectada por el colapso del sistema. Un terreno de constante batalla, tierra hostil donde los profesores no son capaces de afrontar el hastío ni la irritabilidad frente a las acometidas de la mala educación, los comportamientos intolerables y demás.
No es ningún secreto que esta institución perdió hace tiempo su vocación real, o al menos ha dejado de cumplirla por la constante injerencia política e ideológica y la falta de valores asentados en la sociedad. Ya no se comparte con los padres una idea conjunta de valores y virtudes, sino que se limitan a transmitir conocimientos sin un destino claro. Observemos cómo los alumnos se relacionan entre ellos y con sus maestros, adoleciendo de manera preocupante de la patología moral de nuestro tiempo.
Educar viene de educere, es decir, extraer lo mejor de la persona, pero estamos ante centros que actúan como simples contenedores de jóvenes con meros objetivos numéricos. Los profesores ya no son esos modelos de conducta, están demasiado sumidos en el mismo caos del día a día como para ocuparse de la construcción del carácter de terceros.
Redes sociales, mundo sin ley
Terrorífico impacto han tenido tanto tecnología como redes sociales en la configuración moral y psicológica de los adolescentes. Son armas mortíferas en manos desnudas de callos. Adolescencia huye de la demonización de estas plataformas virtuales pero sí aclara la manera en la que se emplean como amplificadores de las más horrendas intenciones de los entornos más inclinados a la violencia social.
En muchos sentidos, el acoso escolar ha sufrido una sofisticación perturbadora, desde la hipersexualización cada vez más temprana hasta la potenciación de los nocivos mensajes de influencers y youtubers. Hablamos de un eminentemente corruptible vehículo de comunicación que se ha transformado en el primer espacio de socialización de los jóvenes y no tan jóvenes, aplacando la fuerza de la familia o la misma calle. Esta distorsión de las relaciones humanas viene por el cambio del fin por el medio, evitando la riqueza de la presencia real.
¿Cuáles son los mecanismos? En la serie se debate sobre el concepto incel, de alcance imparable y descifrado imposible para los adultos. A esto sumamos los discurso de odio o la misoginia creciente, el reduccionismo de las realidades que han de ser afrontadas con paciencia, la mala gestión de la frustración o la culpabilización a terceros de los fracasos propios. Todo esto lleva inevitablemente a una deformación de la mirada humana que propicia el individualismo galopante, ver a otro como objeto de satisfacción y no como ser digno de intrínseca dignidad.
Responsabilidad compartida
Algo que Adolescencia hace bien es evitar respuestas simplistas sobre la culpa, no señala a un solo responsable, sino que presenta un panorama realista donde se reparten las responsabilidades, personales y sociales, provenientes de estructuras colectivas moralmente corrompidas. Recordemos cómo la detective expresa que la víctima del asesinato no importa, que todos recuerdan al victimario porque tiene mucho más morbo. Hay por tanto una especie de revictimización, el foco está desviado fruto de una falta de apropiada sensibilidad colectiva.
La obra de Netflix empuja hacia el clamor de una depuración de responsabilidades, en todos los escalones, porque no solo hay un fracaso familiar o individual, sino también un colapso de un sistema hace tiempo infectado por el relativismo. Una visión de culpabilidad que no exime ni por asomo el crimen de Jamie, pero sí asoma una participación grupal, una complicidad por acción u omisión.
La dignidad no se comercia
Una de las más imprescindibles luchas que han de hacerse durante largos períodos de indolencia moral es la que compete a la dignidad humana, perseverar contra todo pronóstico en que no puede adquirirse ni perderse, sin importar la gravedad del acto, es intrínseca al ser humano por hecho de serlo. Esto es lo que, sin ser paradigma de ello, se muestra en Adolescencia, que tanto víctima como agresor poseen este derecho que nada ni nadie puede arrebatarles.
Aquí es clave una visión rigurosa sobre la no deshumanización del personaje de Jamie, pues lo fácil tratándose de ficción es arrastrarle con el recurso del monstruo, robarle la redención. Al otro lado tenemos a una joven que no es solo «la chica asesinada», sino una persona con sueños, frustraciones, miedos y, eso sí, un futuro expoliado. Estamos por tanto ante una mirada dual que actúa contractualmente, se despoja del absolutismo de buenos y malos, de corderos e irredimibles. Sabemos que la moralidad es mucho más compleja, abierta siempre al arrepentimiento y la valoración personalista que abraza el daño y las heridas.
Devastación, trauma y esperanza
El cuarto y último capítulo de Adolescencia atraviesa la cotidianidad de la familia Miller meses después del crimen de Jamie. La culpa pulula en ese hogar mientras sus miembros fuerzan su voluntad hacia una normalidad que no existe en sus corazones, absolutamente atormentados. «¿Qué hemos hecho mal?» se preguntan mientras los guionistas van tejiendo este tapiz marcado por el desgarro, un duro combate necesariamente acometido en el proceso traumático. Interesante cómo se cuece la descomunión entre el amor paternal y el horror del acto, una realidad que sobrevuela a una familia Miller rebautizada en paria social.
Es entonces cuando aparece propicia la esperanza, entre tan pavoroso panorama, una tenue luz que vislumbra a unos padres intentando reconstruir su matrimonio, con ayuda profesional, pero sobre todo equilibrando el compromiso con la propia debilidad educacional y el descanso aceptando que la perfección no existe. Hay un precioso esfuerzo por mantenerse al lado de su pequeño, cuando más los necesita, ante unas consecuencias de extrema gravedad, previendo sin certezas que el camino se sigue haciendo, paso a paso, uno que quizá pueda abrir la puerta a honrar el dolor de las víctimas.
Hacia una renovación integral
Esto es lo realmente importante, el paso decisivo que Adolescencia suscita más allá de su extraordinario ejercicio estilístico en un thriller sobre un crimen atroz. La serie de Netflix es un clamor, un compungido grito de advertencia ante la ceguera de una sociedad ajena a la falta de dirección existencial. La obra de Graham y Thorne es una punzante agonía que señala una crisis urgida de iluminación. Va a la raíz, pues no torpedea simples fallos en la protección social o de tecnología mal regulada por las autoridades, se trata de un colapso en el sistema, actualmente sin una visión coherente sobre la persona humana y su inherente dignidad. Hay una desidia moral evidente, un abandono de los valores fundamentales que han de construirnos como pueblo, más allá de las diferencias culturales o religiosas.
No podemos limitarnos a un control parental sobre las redes sociales o a optimizar protocolos escolares sobre el acoso. Esto es necesario pero finito, lo que realmente necesita la sociedad es una profunda renovación moral que reconozca las verdades objetivas sobre el bien y el mal, no reinterpretables por políticos ni ideologías de turno, sino más bien las inscritas en la naturaleza misma del ser humano, en nuestro código.
Armas adecuadas
Sin lucha por una base moral que nos defina el sistema no hay posibilidad de legado moral que preserve el futuro. Una de las claves en este proceso es la recuperación de la familia como primera escuela de virtudes, prioritaria esfera de formación integral de la persona y por ende el ciudadano. Hemos de dotar a nuestros jóvenes de herramientas válidas que combatan las tendencias cortoplacistas y destructivas, de nutrirlos de las armas del discernimiento, de enseñarles más responsabilidades y contribución y menos derechos de victimización.
Como toda verdad incómoda, Adolescencia es como espada de doble filo que duele y cura, primero porque nos enfrenta a nuestros fracasos y segundo porque propicia un cambio de paradigma, de redescubrimiento de las verdades inalienables sobre la persona humana. Y yo digo, más series como esta que se diferencian no solo por su calidad artística, también y más que nada por huir del entretenimiento anestésico de que rebosan los catálogos streaming.
Ficha técnica

- Título Original: Adolescence
- Dirección: Philip Barantini
- Guión: Stephen Graham, Jack Thorne
- País: Reino Unido
- Año: 2025
- Duración: 55 min.
- Género: Drama. Thriller | Drama psicológico. Adolescencia. Policíaco. Crimen. Miniserie de TV
- Interpretación: Stephen Graham, Owen Cooper, Christine Tremarco,
- Productora: It's All Made Up Productions, Plan B Entertainment, Warp Films. Distribuidora: Netflix
- Música: Aaron May, David Ridley
- Fotografía: Matthew Lewis
- Estreno en España: 13 de marzo de 2024