Sinopsis
Todo lo que Michelle (Millie Bobby Brown) cree saber sobre el mundo cambia repentinamente una noche cuando recibe la visita de Cosmo, un robot dulce y misterioso aparentemente controlado por Christopher, el hermano pequeño de Michelle a quien ella creía muerto. Decidida a encontrar al hermano que supuestamente había perdido, Michelle recorre el suroeste de Estados Unidos junto a Cosmo y acaba uniendo fuerzas de mala gana con Keats (Chris Pratt), un contrabandista de poca monta, y con Herman (con el doblaje en su versión original de Anthony Mackie), el ocurrente robot que lo acompaña. Cuando se adentran en la Zona de Exclusión, una región amurallada en el desierto donde los robots campan a sus anchas, Michelle y Keats se topan con un extraño grupo de aliados animatrónicos y descubren que las fuerzas que se ocultan tras la desaparición de Christopher son más siniestras de lo que esperaban.
Crítica
Estado eléctrico | Una distopía llena de efectos especiales pero muy vacía
Los hermanos Russo, Anthony y Joe, tienen un espectacular currículo de películas taquilleras llenas de acción y algunas incluso buena intriga de espías: la segunda y tercera parte de Capitán América, la tercera y cuarta parte de Los Vengadores y El agente invisible. También han trabajado en un par de ocasiones para Netflix con un generoso presupuesto y ahora en Estado eléctrico vuelven a hacerlo con aún más dinero, el cual aprovechan para contar con grandes estrellas del cine y mostrar magníficos efectos especiales, pero esta vez el guion es el punto débil.
Todo lo que Michelle (Millie Bobby Brown) cree saber sobre el mundo cambia repentinamente una noche cuando recibe la visita de Cosmo, un robot dulce y misterioso aparentemente controlado por Christopher, el hermano pequeño de Michelle a quien ella creía muerto. Decidida a encontrar al hermano que supuestamente había perdido, Michelle recorre el suroeste de Estados Unidos junto a Cosmo y acaba uniendo fuerzas de mala gana con Keats (Chris Pratt), un contrabandista de poca monta, y con Herman (con el doblaje en su versión original de Anthony Mackie, en español José Luis Mediavilla, su actor habitual), el ocurrente robot que lo acompaña. Cuando se adentran en la Zona de Exclusión, una región amurallada en el desierto donde los robots campan a sus anchas, Michelle y Keats se topan con un extraño grupo de aliados animatrónicos y descubren que las fuerzas que se ocultan tras la desaparición de Christopher son más siniestras de lo que esperaban.
Una sinopsis larga, ¿verdad? Netflix parece que ha querido disimular con un enorme párrafo que, en realidad, el guion está casi vacío. Podría resumirse en que una enorme distopía llena de tecnología esconde un horrible secreto que una joven va a dejar al descubierto. Con una línea y media decimos lo mismo, y ahí radica el gran problema de esta película de los Russo, que Christopher Markus y Stephen McFeely, curtidos guionistas, han pecado de pereza a la hora de abordar la historia adaptando una novela gráfica del artista sueco Simon Stålenhag.
El reparto está correcto pero nadie destaca. Una pena que Chris Pratt vaya con el piloto automático haciendo una mezcla de su personaje de Peter Quill/Star Lord de Marvel y el Han Solo de Star Wars no ofreciendo nada nuevo. Millie Bobby Brown aprueba pero sin nota, y el resto de reparto, lleno de grandes estrellas (Stanley Tucci, Brian Cox, Woody Harrelson, casi todos solo en voz por ser robots…), algunos rescatados del UCM (Ke Huy Quan, Anthony Mackie y Giancarlo Esposito), están sin más.
Efectivamente la parte visual está muy lograda con esa mezcla de retro y robots (genial eso sí el ordenador con Windows antiguo) que no nos lleva al futuro sino de vuelta a un pasado, de ahí la distopía, además con algunos combates muy llamativos, sobre todo en la parte final. Y se aprovecha adecuadamente para volver a advertir de los peligros de depender demasiado de la tecnología y usarla para refugiarse de una realidad que puede no gustar, pero es la que es (“neurotecnología para olvidar”, dice un personaje, no para superar ni ayudar). El hecho de que las personas usen robots para su día a día recuerda demasiado a Los sustitutos (Jonathan Mostow, 2009), donde en un mundo futurista los humanos viven aislados en interacción con robots.
También se critica el excesivo uso de la tecnología en las escuelas, clara referencia al abandono de los maravillosos libros en pro de las tabletas electrónicas, así como la deshumanización de las personas, sobre todo esas que justifican los medios para alcanzar un fin supuestamente benévolo y acaban usando a las personas como cobayas, mientras los robots adquieren conciencia y empiezan a ser más humanos. El mundo al revés que hemos visto tantas y tantas veces y que tiene su apogeo en la obra maestra Terminator 2 (James Cameron, 1991) con esas fabulosas frases “en un mundo enloquecido el terminator era la opción más sensata para cuidar a John” y “si una máquina puede aprender el valor de la vida humana tal vez nosotros también podamos”. Por desgracia el filme que nos ocupa no tiene ni la profundidad ni la maestría de Cameron.
Sí se apunta a la posibilidad de la redención de un par de personajes de dudosa moralidad y, por otra parte, es verdad que en otros asuntos abre un interesante debate sobre el suicidio asistido aplicado por terceras personas cuando hay un coma o un estado vegetativo y, por tanto, no muerte cerebral (en una situación de muerte cerebral no puede haber ningún tipo de conciencia y voluntariedad) y para evitar un abuso de una persona gravemente enferma por parte de terceros. Al ser Netflix no se profundiza en estos asuntos, es más, se presentan situaciones que mezclan la ciencia ficción con la realidad y se edulcora mucho para hacernos empatizar tanto con la protagonista como con su hermano, pero sí se plantea de forma más o menos interesante. Consultados para la ocasión para la redacción de esta crítica, el sacerdote Juan Manuel Góngora y la profesora de Filosofía y Bioética y directora del Instituto de Bioética UFV Elena Postigo, a quienes agradecemos su generosidad por dedicarnos su tiempo, explican que “el caso que plantea la película es imposible, es decir, es imposible que una persona en ese estado solicite suicido asistido, solo podría darse esta situación en un caso de ‘síndrome de enclaustramiento’ donde la conciencia es plena y hay voluntariedad. Se habla de lo que plantean los poshumanistas, a saber, el “uploading” (la carga) de la mente a un ordenador, algo no posible hoy en día. Pero lo que parece cierto es que previamente sí ha habido una eutanasia o suicidio asistido, acción no ética por producir la muerte de alguien aunque sea por compasión o para evitar el mal uso de la persona”. Nuevamente agradecemos tanto al sacerdote como a la experta en bioética sus enormes conocimientos puestos a disposición de CinemaNet.
Netflix entrega un producto más o menos entretenido, con algunos mensajes positivos, pero con un aspecto moral que vuelve a dejar que desear, fruto sin duda de la corriente políticamente correcta actual. Película de consumo rápido y olvido aún más rápido.
Ficha técnica

- Título Original: The Electric State
- Dirección: Anthony Russo, Joe Russo
- Guión: Christopher Markus, Stephen McFeely. Libro: Simon Stålenhag
- País: Estados Unidos
- Año: 2025
- Duración: 128 min.
- Género: Ciencia ficción. Aventuras. Acción
- Interpretación: Millie Bobby Brown, Chris Pratt, Stephen McFeely, Devyn Dalton, Ke Huy Quan, Stanley Tucci, Terry Notary, Patti Harrison
- Productora: AGBO, Anthem & Song, Double Dream, BCD Travel
- Música: Alan Silvestri
- Fotografía: Stephen F. Windon
- Estreno en España: 14-3-2025