Interesante película de Jaime Rosales, que rodó su primer largometraje en francés. Es curioso cuando un director español rueda en otro idioma; casi consigue ser una película que tiene esa tonalidad del cine francés auténtico. Lo mejor de la película es hacerla en blanco y negro, al principio y en la parte final, el resto es de color. Muy atrevido también el director en poner estas imágenes de foto fija en blanco y negro en toda la película, que al principio despistan al espectador pero que luego parecen fascinantes.
Morlaix habla del amor y esta apuesta del protagonista de morir por amor hacen la película más atractiva. La película empieza bien, la vida de unos universitarios y la llegada de un chico guapo; después entra en una fase muy aburrida que da ganas de salirse de la sala, pero ya la segunda historia del tramo final es fascinante y, además, otra vez en blanco negro. ¡Qué grandes los últimos veinticinco minutos! Que pena que su director no ampliara más esta parte, la película entra en una gran fase y es cuando redondea de una película mediocre a una película fascinante.
Como la última película de John Huston, Dublineses, que es una película que transcurre en una cena y es super aburrida y logra en la trama final que se respire puro cine, Jaime Rosales en los últimos veinte minutos logra hacer un cine diez en blanco y negro. ¡Qué pena que los directores no rueden más películas en blanco y negro, y con historias de amor! Porque hay pocas historias de amor en las que aparezca el sufrimiento y los sentimientos a flor de piel. Estuve en el pre-estreno de su película y, en tono irónico, dijo su director: “Ustedes van a ver la mejor película del mundo”. Y puede ser verdad; películas mediocres, con el tiempo, se han hecho grandes películas… De momento Jaime Rosales ha hecho su mejor película.