La frase «estar en el séptimo cielo» significa experimentar una gran alegría o satisfacción. La expresión hace referencia a los distintos cielos que aparecen como alegoría similar en diversas religiones: hinduismo, islam, judaísmo, zoroastrismo etc… En nuestro idioma común ha pasado a significar «el mejor lugar, el más feliz».
Dante Alighieri al escribir la Divina Comedia combinó algunas mitologías antiguas con metáforas cristianas. En su poema alegórico y épico Dante habla de varios cielos representando en ellos naturalezas más purificadas. El último es el Empíreo, la morada inmaterial de Dios pero es precisamente el séptimo cielo el que se caracteriza por la luminosidad de la contemplación que lleva al amor. En este lugar están aquellos que hicieron de su vida un encuentro amoroso independientemente de la actividad que llevaran entre manos.
En efecto, podemos encontrar chispazos de esta gran obra literaria en la obra teatral y cinematográfica titulada El séptimo cielo. Las dos versiones de la película El séptimo cielo, tanto la de 1927 de Borzage, como la de 1937 de Henry King son un encuentro contemplativo de indispensable visionado.
Aconsejo ver primero la segunda versión para pasar a disfrutar de la joya de la corona que, a casi 100 años de su estreno, sigue provocando lágrimas cuando se sabe contemplar. Es un ascenso metafórico y real desde el fondo de las alcantarillas hasta la buhardilla donde los protagonistas alcanzan su plenitud en la vivencia de su amor.
No hay palabras para describir la impresión que causa ver las dos versiones valorando su distinto formato y por tanto sin comparativa posible. Si la de King pasó desapercibida no es porque no fuera una obra excelente sino porque la de Borzage no tiene parangón. No en vano fue el primer Óscar de la historia de la famosa estatuilla.
Se podría hablar horas del impacto emocional que puede provocar el visionado de ambas obras, de las excelentes interpretaciones, de la música común que las une a una década de distancia… Son impresionantes las escenas de guerra y el crudo realismo de la miseria que se describe, así como el retrato del amor auténtico, a prueba de distancias y de sinsabores. Un amor apasionadamente entregado que lleva a hacer de cualquier rincón un cielo: buhardilla, fábrica, hospital o la trinchera serás los referentes en el film.
El séptimo cielo está basada en una obra de teatro de 1922 escrita por Austin Strong. La primera versión fue dirigida por Frank Borzage e interpretada por Janet Gaynor y Charles Farrell. Un éxito comercial en 1927 y una de las primeras tres películas en ser nominadas como mejor película en la primera de las ceremonias de la Academia. En efecto, el 16 de mayo de 1929 el film fue nominado en cinco categorías. Janet Gaynor ganó el premio a la mejor actriz y su director Frank Borzage al mejor director mientras que su guionista, Benjamin Glazer, lo obtuvo al mejor guion adaptado. Las otras dos nominaciones fueron a la mejor película de la FOX y a la mejor dirección de arte a cargo de Harry Oliver.
En 1995, la película fue seleccionada por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos para su conservación en el National Film Registry por ser «cultural, histórica o estéticamente significativa».
Vale la pena recordar su contenido para quienes la desconozcan:
Chico (Charles Farrell) trabaja limpiando las alcantarillas de París, soñando con ser ascendido y poder barrer y limpiar las calles con una manguera. Chico reniega de la existencia de Dios por su condición laboral y sus oraciones no escuchadas. El padre Chevillon (Émile Chautard), oye su queja y le regala dos medallas religiosas junto al trabajo de barrendero con el que sueña. Cerca de donde trabaja vive Diane, una joven maltratada por su hermana. Vive en la miseria vital y moral. Por diferentes motivos en una y otra versión, Diana deja claro que no gusta de su estilo de vida y Nana, su hermana alcohólica, procede a golpearla con furia hasta que es salvada por Chico. El rostro de la muchacha cambiará, tras su intento de suicidio, cuando Chico le hace ver que no es tan mala si lo que desea es salir de esa situación de esclavitud. Diana abre los ojos esperanzada. Pura poesía.
Chico, muchacho ingenuo y seguro de sí mismo, se apiada de la muchacha cuando, por instigación de la hermana, la policía pretende arrestarla. Para conseguirlo la hace pasar por su esposa, pero tendrá que llevarla a su buhardilla, en un séptimo piso, para dar fe a la autoridad si procede a comprobarlo. Al llegar y ver desde arriba los tejados de París y el cielo azul Diane cree estar en el cielo.
El amor surge lentamente hasta que Chico, que apenas sabe decir lo que siente, compra un vestido de novia a Diane resumiendo así sus sentimientos. Sin embargo, ese mismo día estalla la Primera Guerra Mundial. Antes de marchar a la guerra, Chico y Diane intercambian sus medallas y delante de Dios se prometen amor eterno. Cada uno guardará una de las medallas del padre Chevillon. A través de ellas renovarán cada día a las once su amor indestructible. No faltarán a la cita ningún día.
La obra teatral se representó en más de 700 ocasiones siendo George Gaul y Helen Menken los protagonistas. Pero la popularidad de Janet Gaynor y Charles Farrell fue tal en el lanzamiento cinematográfico que los dos pasaron a protagonizar once películas más. Esta película formará un tríptico junto con El ángel de la calle (1928) y Lucky Star (1929), protagonizadas por la misma pareja.
El séptimo cielo presenta la canción «Diane» de Ernö Rapée y Lew Pollack, quienes escribieron la canción específicamente para la película.
En 1928, Borzage recibió el Premio a Mejor película extranjera en los Premios Kinema Junpo de Japón, y en los Premios Photoplay, William Fox recibió la Medalla de Honor por la producción de la película.
Frank Borzage, director de cine mudo desde 1916, realizó casi sesenta filmes en los que supo perfilar un estilo melodramático y surrealista propio. Así en Seven Heaven logrará un himno al amor por encima de las guerras, la miseria y la muerte que le valdrá el primer Óscar de la historia al mejor director. Ha sido considerado un especialista del género del melodrama por su capacidad de conjugar realismo y lirismo de un modo magistral y por su capacidad de describir la capacidad del amor humano para hacer crecer a las personas. De hecho, fue uno de los directores más precoces en denunciar los peligros del nacismo cuando iniciaba su ascenso en The Mortal Storm, 1940.
Diez años más tarde, James Stewart y Simone Simon protagonizaron la versión sonora de dicha obra con ligeras variaciones bajo la dirección de Henry King. Aunque más desconocida y aparentemente más pobre de medios -estábamos en plena segunda guerra mundial-la obra es encantadora.
Henry King no es Borzage, pero también traía consigo la experiencia del cine mudo y ya le precedía la fama cuando logró abrirse camino en el cine sonoro. Fue un director de referencia nominado en dos ocasiones a los Óscar por su dirección sin ganar ninguno de ellos aunque era uno de los fundadores de la Academia de Artes y Ciencias cinematográficas. En 1944 ganó el Globo de Oro por la dirección de La canción de Bernadette basada en una obra del escritor Franz Werfel.
Henry King, injustamente olvidado, no fue solo un artesano. Director, guionista y poeta con más de cien películas en su haber. Junto a cintas menores, tiene gran cantidad de películas valiosas que le convierten en un director a redescubrir. Conjugaba diversos géneros y sabía aunarlos en obras maestras que reflejaban temas, valores e ideas muy personales, que daban su sello peculiar al estilo de los grandes. Estoy de acuerdo con el crítico Jorge García al señalar que en algunas de sus obras logra la intensidad de un Dreyer. Y algo de esto podemos intuir ya en esta obra de 1937.
El séptimo cielo refleja a los perdedores y miserables, a la gente marginada y despreciada de la calle. Hay pobreza y suciedad por cada rincón. En una época en la que la gran depresión americana pedía evasión y refugio en las glamurosas películas musicales o de amor y lujo, King se enfrenta a una película poco comercial. Acepta el reto de Zanuck de rodar una nueva versión de El séptimo cielo sabiendo que los gustos del público eran por entonces muy diferentes a los de la década anterior. Sin embargo, de nuevo volvió la poesía. La representación de un estilo de amor auténtico y sincero cargado de emotividad llegó muy hondo al público.
En las dos versiones la belleza de las imágenes emociona por lo que reflejan con o sin palabras: la luz de la buhardilla que se convierte en cielo porque están allí Chico y Diana; la sencillez e ingenuidad de James Stewart o de Charles Farrell en sus papeles sensibles y viriles a la vez; la mágica mirada llena de inocencia y encanto de Simone Simon o de Janet Gaynor; los juegos de luces y sombras que, en primeros planos, nos arrastran hacia esa buhardilla transfigurada en cielo.
La música y la fotografía atrapan y sugieren lo invisible: la fe y la esperanza vacilantes, pero siempre mantenidas; la pasión amorosa y la entrega sacrificada; la vivencia de la mirada bondadosa de un Dios que intuyen bueno pese a todo… Todo un mosaico de gestos reveladores de esperanzas, desengaños y miedos se plasman en esta obra. Unas denuncias sociales descarnadas, con atisbos de esperanza. Así, por ejemplo, serán los valores humanos profundos que se reflejan en las amistades firmes, la de sus vecinos incondicionales, los que ofrecerán el calor necesario para sobrevivir en una humanidad tambaleante.
Todo está al servicio de ese canto al amor que es El séptimo cielo. Un Amor con mayúscula que permite transformar a las personas, como grita Diana al enfrentarse con su hermana: “Chico ya no tengo miedo, soy fuerte”. Un amor que permite ver al buen Dios dentro de sí, cuando ya no se puede ver con lo ojos como afirma Chico al reencontrarse con Diana tras la guerra.
Magistral escena la de Chico subiendo los siete pisos al encuentro de una Diana que le cree muerto. Escena que en la película del 37 fue modificada siendo Diana la que correrá al encuentro de Chico al intuir que vive tras escuchar las campanadas de las 11 y sentirle vivo en su interior. Las dos escenas son épicas, maravillosas. Nos recuerdan la descripción de Dante Alighieri cuando ve una inmensa escalera hacia el cielo séptimo. Son pura magia cinematográfica con destellos literarios del Canto XXI sobre ese cielo destinado a los espíritus contemplativos y llenos de templanza. Una escalera de oro que llega hasta el Empíreo y tiene su antecedente en la del sueño de Jacob.
La escena de amor tras el encuentro es incomparable en la versión de 1927. En este pasaje la escena apasionada de Janet Gaynor con Charles Farrell lleva el sello de Borzage. Es dramático y apasionado con un punto de locura de amor que crece con el silencio y la música de la película muda.
En cualquier caso, ambas son imprescindibles. Como dicen algunos críticos, son estrellas en el firmamento del Séptimo arte a años luz de tantas otras historias dramáticas reflejadas en el celuloide. Puro cine, puro arte y pura poesía para contemplar y admirar, para sentirse así de verdad en ese séptimo cielo que cantaba Dante en su obra magna. Solo los que aman saben contemplar y pueden alcanzan la posibilidad de intuir el cielo incluso en una miserable buhardilla. El abrazo final en la primera versión queda iluminado por un rayo de luz que los envuelve. Parece simbolizar alguno de los mejores versos del poeta del amor.
Nuestra voluntad se aquieta
en caridad, haciéndonos querer
solo lo que tenemos, sin más sed.
(Canto III. vv. 70-72)